Agencia La Oreja Que Piensa. Argentina. Julio 2009.(Por Guillermo Denis) Las palabras las tiene en sus ojos achinados.
Su andar cansino se vuelven vértigo certero cuando gatilla la cámara. Desde hace años. Muchos.
Adriana Lestido, nacida en 1955, vivida por sus miradas que exploran y explotan en temáticas que duelen, que laten, que sueñan y que lastiman. Como LA VIDA.
Lestido gusta del tiempo y el espacio íntimo. Lo absorbe con pasmosa tranquilidad, la misma que la puede encontrar dentro de una cárcel de mujeres conviviendo con ellas por meses, y reflejarlas en “Mujeres Presas con sus Hijos”. Mostrar que un muro no detiene cuotas de felicidad y que el encierro del sistema es la crueldad misma.
Adriana o “la negra Lestido“, sabe de tacto y su olfato (gato) la lleva al zarpazo de un dedo, en sintonía con el iris para reflejar el dolor de siempre, como en la foto que muestra a madre e hija con el pañuelo blanco de los jueves, de los jueves que resisten y resisten. Y que dio vueltas el mundo.
Diarios, revistas, agencia de noticias la tuvieron como Fotoperiodista en una primera etapa. Nunca le esquivó al bulto. Como cuando en plena dictadura, iba y venía, de aquí para allí y dar en el blanco de represores que impedían manifestaciones a golpes, cuando durante años lo hacían a picana y muerte.
Algo que Adriana padeció en sus más internas cercanías.
Sigue recorriendo la ciudad, el interior (de las personas) y el mundo. No la inmutaron los premios ni las luces de neón.
Es como la esquina de “La Imagen”: iluminada y oculta. Bella y dura. Se pierde y se encuentra. Incluso en alguna esquina de Buenos Aires, donde mientras mira gatilla, mientras escucha imagina una forma. La que la llevó a darle luz a tantas oscuridades, o hacer opaco el brillo.
Al decir de Italo Calviño: “El infierno de los vivos no es algo por venir; hay uno, el que ya existe aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Hay dos maneras de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de dejar de verlo. La segunda es riesgosa y exige atención y aprendizaje continuos: buscar, y saber quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacer que dure, y dejarle espacio.” (Ciudades Invisibles).
Dice Adriana:
“La Argentina es uno de los pocos países donde la mujer procesada o penada tiene derecho a estar con su hijo en prisión hasta los dos años de edad. Luego pierde la patria potestad y el juez a cargo decide el destino del chico.
Algunas veces, generalmente cuando queda poco tiempo de condena, permanece en la prisión hasta la liberación de la madre. Pero si la condena es larga y no hay ningún familiar que pueda y quiera hacerse cargo, es adoptado temporalmente por otras familias o internados en orfanatos.
Estas fotos fueron tomadas en la cárcel No. 8 de Los Hornos, La Plata.
Durante un año visité semanalmente el lugar para fotografiar a las mujeres
que están presas con sus hijos. Pronto entendí que mis ideas sobre esta situación eran demasiado románticas: estar preso en un estado que excede el estar o no con un hijo.
Los chicos que comparten el encarcelamiento de sus madres, por más importantes que puedan ser para ellas, juegan un papel secundario y silencioso.
Es difícil saber al principio quién es hijo de quién. Algunos son queridos y cuidados, otros maltratados. Son lo único que las mujeres pueden poseer estando encarceladas. Hijos por dos años”.
Esta nota fue editada el Jueves, Julio 23rd, 2009 y se archiva en
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