Agencia La Oreja Que Piensa. Por Horacio Salas (*) Por https://www.acercandonoscultura.com.ar/
— De todos tus libros, ¿cuál preferís a la distancia?
— Siento una gran piedad y ternura por el primero, El violín del diablo, con sus balbuceos, y una especial predilección por La calle del agujero en la media, pues la ida a Europa, y en especial a París, tuvo algo de deslumbramiento en mi vida (bien se dijo con razón, por otra parte, que se ve que esos versos fueron escritos por un porteño) y asimismo me es entrañable La rosa blindada, porque aquí se produjo una ruptura dramática, y a ese libro siguieron grandes tragedias, muchas muertes y exilios.
— En una época, para ser exactos afines de la década del cincuenta se dijo que vos escribías demasiados prólogos a muchachos jóvenes. ¿Qué podés contestar a eso? ¿Tuvieron razón?
— A mí me estimularon enormemente en su hora Nalé Roxlo, Oliverio Girondo, Güiraldes, Olivari, Rega Molina, mi hermano Enrique y otros que ya no están, y después, León Felipe, Robert Desnos, Ilya Erhenburg, García Lorca, Nancy Cunard, Mike Gold. Cuando escribo un prólogo para un poeta novel creo que pago en parte aquella deuda.
— Hablando casi del mismo tema ¿qué poetas influyeron más en vos?
— En la antología preparada y prologada por Héctor Yánover, nuestro común y admirado amigo, dice: ... "En el 24, 26, 28, se influenciaron mutuamente Borges, Rega, Olivari, Tuñón." Creo que tiene razón, si consideramos las coincidencias. ( ... )
Además pienso que influyeron en partes de mi obra, algo de la cautivante aventura dadá-surrealista, cierto clima a lo Rilke, a lo Milosz y el ímpetu gigante de Manhattan de Walt Whitman.
— ¿Qué poetas has releído más veces?
— Bueno, a veces sólo tal o cual poema, a veces libros enteros, como el Gaspar de la Noche de Aloysius Bertrand, últimamente releí poemas de El libro de los paisajes, del Lugones no barroco, no retórico. También releo: "Luna de enfrente" de Borges, "Llanto por Ignacio Sánchez Mejía" de Federico, "La balada de la cárcel de Reading", partes del "Canto a la Argentina" de Darío y del "Canto a mí mismo" de Walt Whitman y algunos más.
— ¿Alguna vez tuviste miedo de repetirte?
— ¿Miedo? No. Además, pienso que citar varias veces el barco en la botella, las cajitas de música, las veletas, no es repetirse sino seguir moviéndose en medio de los símbolos que siempre he amado.
— "En la época de Florida y Boedo, ¿se leían mutuamente?
— Solíamos leernos mutuamente en el sótano del Royal Keller en el Puchero Misterioso, aun antes de la guerrilla Florida-Boedo. Hoy prácticamente no existen aquellos típicos cafés y boliches literarios, pero sí los llamados "talleres de poesía" y "talleres literarios" donde jóvenes noveles también suelen leerse mutuamente y hacen bien.
— "Las últimas promociones se caracterizan por cierta tendencia a la autodestrucción. ¿Eso ocurría también en tu época?
— No creo que fuéramos autodestructivos. Y ahora también hay de todo.
— ¿Por qué crees que en el ambiente literario existen tantos enconos y odios?
— Siempre decía Federico: "El peor gremio es el de los toreros, no hay más que asomarse a uno de los cafés en que se reúnen; le sigue el de los cómicos y luego el de los escritores, donde basta con oír lo que dicen de los demás". Yo agregaría en nuestro medio, querido Horacio, el de los artistas plásticos y de los periodistas. ¡Y no hablemos de los políticos!
— ¿Qué opinás de la crítica?
— Creo en críticos como Edmundo Guibourg y como lo fue en lo suyo, Julio Payró. Lo ideal sería que el hombre de teatro haga crítica de teatro, el pintor crítica de pintura y el poeta crítica de poesía. Es claro, insisto en que respeto mucho al verdadero crítico, no a aquel del cual Picasso dijo que suele ser un artista fracasado. Y profesionalmente yo me siento cronista, porque éste más que criticar, informa (...)
— ¿Alguna vez te enojaste por una crítica adversa?
— No, nunca que yo recuerde.
— ¿Tuviste o tenés enemigos?
— Nunca tuve, creo, un verdadero enemigo. Pero si me pedís un ejemplo, te diré que en los últimos tiempos, Jorge Abelardo Ramos me atacó duramente. Vos sabés que él es trotskista y durante la primera presidencia de Perón, con el seudónimo de Víctor Almagro, publicaba en Democracia sinuosos artículos de corte maccarthysta, antes de Mac Carthy. Pero siendo él quien es, me hizo un favor. Y mirá, pienso ahora en aquella frase del agudo Oscar Wilde. "Yo elijo mis enemigos entre las personas inteligentes".
— ¿Te gusta sentir que has descubierto algún nuevo poeta? ¿Consideras que descubriste alguno?
— Mirá, me encanta, e insisto en que me tocó descubrir a Juan Germán, a Héctor Negro, entonces desconocidos que leían sus versos en un teatro independiente, y luego a Julio César Silvia. Fuera del país, si no descubrí en España a Miguel Hernández, pues antes ya lo habían hecho Neruda y Aleixandre, intervine estimulándolo, en su tránsito de los sonetos muy brillantes, pero dentro de una retórica tradicional, a Viento del pueblo, gran libro, en el que se anunciaba como la nueva voz de la poesía española. Y en Chile puede decirse que descubrí a Nicanor Parra -no el actual, divagador, convencional, un poco reaccionario, con resabios dadá-surrealistas que ya no sorprenden a nadie- sino al lúcido poeta a quien alenté desde las páginas del suplemento dominical de El Siglo, que yo fundara con otro notable chileno: Julio Moncada.
— ¿Qué poemas te hubiera gustado escribir?
— Bueno, no sé, creo que me hubiera gustado volver a escribir los poemas que en mi juventud quedaron por ahí, en ciertas pensiones, en ciertos fondines de los puertos. Puedo contestarte indirectamente recordándote el final de un poema de La veleta y la antena, mi último libro: "... pero amo y comprendo a los niños terribles / y al corazón alegre de las veletas que ellos aman /y a los poemas que yo amo y nunca escribiré."
— ¿Extrañás al viejo Buenos Aires?
— Extraño del viejo Buenos Aires lo que fue más entrañable. Lo extraño y lo amo, como amo aspectos, rincones, los poquísimos que quedan y como amo muchas cosas del Buenos Aires actual. Esto se revela en poemas de mi último libro inédito El banco en la plaza, escrito entre 1970 y 1972. Sigo descubriendo cantidad de cosas que se harán a la vez entrañables, perdurables. Y existe algo que no ha cambiado: es el porteño, el espíritu del porteño "un poco chacotón y un poco triste", corno escribió Carriego. ( ... )
— ¿Qué pensás de la muerte?
— La veo como algo que tiene que ver con la vida, con el otro lado de la vida. Con un pie en la dialéctica y otro en el panteísmo, creo que "nada se pierde y todo se transforma".
— ¿Le tenés miedo?
— No, en principio, pero sí cuando pienso que me va a apartar de los seres queridos, de todo lo que amo en el país y en el mundo, de esta hora de renacimiento de los pueblos africanos y latinoamericanos.
— ¿A qué cosa le tenés miedo?
— A que gobierne la Argentina un gobierno militar.
— ¿Alguna vez pensaste en ser alguna cosa especial: ser marinero, pescador, o una cosa así?
— Acertaste, Horacio, me hubiera gustado ser marinero, claro.
— Raúl, ¿tenés miedo de llegar a viejo alguna vez?
— Ya llegué, pero no me siento viejo. Digo: Sigo vivo, es decir, sigo luchando y escribiendo. Sigo caminando por mi ciudad y saliendo al interior del país, a dar charlas y a escuchar a los más jóvenes. A mi carnet de viaje agregué primero Uzbekistán, después Cuba. En estos días volveré a nuestra Salta y a nuestro Chaco.
(*) Horacio Salas es un poeta y ensayista. Este libro se editó por primera vez en la Argentina en el año 1975.