Agencia La Oreja Que Piensa. Argentina 2010. (Por Mara Fernández Brozzi)
¿Cuándo será el tiempo en que sus mentes sean algo más que “nada”? Nada. Repleta de estiércol. Colmada de ignorancia. Saturada de sin sentidos. Explotada de idiotez. Inyectada de odio.
Ellos, que aplauden la tortura, la inquisición, que veneran la muerte por sobre la vida, que rezan rosarios eternos para ser salvados. ¿Salvados de qué? ¿De quién? De ellos mismos, sin darse cuenta que el peor de los “pecados” lo llevan puesto muy al fondo de su piel. Allí, inmediatamente atrás de las capas más visibles.
Ellos que rinden culto a un Dios que, dicen, avala las extremidades más brutales de sus vidas. Que sin matar directamente desde sus hogares de bien, lo hacen desde el consentimiento de aquéllos que sí quemaron, dispararon, torturaron.
Inundados de un “complicidio” que abrazó los crímenes más brutales, que recorren todo el trayecto de nuestra historia como mundo.
Ellos que hoy señalan, al igual que ayer lo hacían, al igual que mañana lo seguirán haciendo. Que se apoyan en argumentos tan pobres como sus almas. Impunes desde el razonar de una mente chata e inservible. Vestidos de prolijos. Adornados de respetables. Disfrazados de honorables.
Ellos que construyen guetos y esparcen sentencias. Desde el cerco de una idea, desde el perímetro pequeño de sus “munditos”. Separan. Encasillan. Etiquetan. Rechazan. Condenan. Apartando de ese juicio a los suyos. Dejando por afuera a todo el resto.
Sus vidas se conducen por el camino correcto. Ellos saben cómo vivir. Por eso es que enseñan desde sus discursos multiplicados. Arman familias como deben ser armadas. Contraen matrimonios hasta que la “muerte” los separe.
Van de la casa al trabajo y del trabajo a la casa. Si pecan, todo se resuelve en un domingo, en un cuartito de 1 x 1. Una voz anónima, que no da la cara, coherencia mantenida desde antaño, los absuelve. Se limpian la culpa como por arte de magia. No cometen blasfemias. Poniendo el milagro como conductor irremediable de sus vidas son perdonados por un Padre que todo lo ve y que nada hace con lo que ve.
Un par de rezos continuos son suficientes para sanar el espíritu y arremeter de nuevo con sus “pecados” más queridos.
En ese banquillo estamos todos los que no somos “ellos”.
¿Cuándo será el tiempo en que, los que están en el banquillo asintiendo la ubicación en ese espacio, pateen el tablero, se quiten el ropaje de corderos y se lancen enfrentando a esos seguidores, de ese “Dios”, que ellos dicen los aplaude y los protege.
¿Cuándo será el tiempo que de sus labios no salga más que silencio?