Agencia La Oreja Que Piensa. Por Fernando Lorenzo (*)
La maquinaria olímpica volvió a ponerse en marcha hace ya algunos días en Tokio, capital de un Japón reticente a albergar la cita en medio de una pandemia que obligó a postergarla hace un año y continúa haciendo estragos a pesar de las campañas de vacunación en todo el mundo, especialmente en lo que hace a la salud mental, para lo cual no existen vacunas.
La encargada de encender la ilusión y el pebetero de estos Juegos en los que por primera vez en la historia la paridad de género dejó de ser apenas una consigna para transformarse en realidad (casi el 49 por ciento de los atletas participantes son mujeres) fue la estrella local del tenis Naomi Osaka.
La designación de la joven de 23 años y actual número dos del ranking mundial como última estafeta de una antorcha olímpica, cuyo recorrido sufrió modificaciones y limitaciones en virtud de la pandemia, generó las primeras controversias en esta edición.
Su condición de hija de madre japonesa y padre haitiano y el hecho de haberse criado en Estados Unidos (a pesar de lo cual decidió competir representando al país del Sol naciente) fueron los detonantes de esa polémica.
Posiblemente, también eso haya incidido de algún modo en la decisión de Osaka de poner fin a su experiencia olímpica después de haber vivido aquel momento histórico en la ceremonia inaugural menos de una semana después.
A la deportista mejor paga del planeta se la "apagaron las luces" en un partido sin historia salvo para su rival de turno, la checa Marketa Vondrousova, que supo aprovechar su chance sin dudarlo y sacó pasaje a cuartos de final (luego perdería la final por el oro).
Osaka dijo basta para mí para poner a resguardo su integridad psíquica de la presión de semejante protagonismo, merecido más no deseado por ella.
Idéntico motivo había llevado a la ganadora de cuatro torneos de Grand Slam a desertar en Roland Garros tras haber sido multada por negarse a acudir a las habituales conferencias de prensa aludiendo a cuestiones de "salud mental" y eludiendo la agresividad también habitual de sus entrevistadores.
"Me retiro para que todos puedan volver a concentrarse sólo en el tenis", decía entonces al desaparecer abruptamente a fines de mayo para volver a acaparar la atención del mundo con el encendido del pebetero olímpico.
Luego volvió a salir de escena con el mismo argumento esgrimido horas después por otra de las grandes luminarias de estos Juegos y una de las que no les dio la espalda a pesar de la pandemia: la estrella de la gimnasia artística estadounidense, Simone Biles.
Ganadora de cuatro oros en los Juegos de Río 2016 y de 25 medallas (19 doradas) en Mundiales con apenas 24 años, Biles también dijo lo suyo.
"Apenas pongo un pie en la pista, somos sólo yo y los demonios en mi cabeza. Debo hacer lo que creo correcto para mí y concentrarme en mi salud mental sin ponerla en riesgo", explicó tras desertar de la prueba por equipos para "no perjudicar" a sus compañeras.
"No siento la confianza que sentía en mí misma" y "ya no me divierto como antes" fueron también sus argumentos para explicar la drástica decisión adoptada que luego haría extensiva a las competencias individuales que debía animar el pasado jueves, para las cuales ya estaba clasificada.
Los sponsors de Biles rezaban para no correr la misma suerte que los de Osaka, con quien quizás compartan algunos, para que la estrella de la gimnasia mundial compitiera como finalmente lo hizo hoy en al menos una prueba antes de despedirse de Japón.
"Siento como si tuviera todo el peso del mundo sobre mi espalda, aunque a veces logre disimular que me afecta. Los Juegos Olímpicos no son broma", confesaba la atleta con un pasado difícil por la crianza de una madre adicta que supieron disimular y muy bien sus abuelos.
Contención que no bastó para evitar los abusos a los que Biles terminaría siendo sometida, como otras cientos de atletas, por parte de quienes debían velar por su integridad física y mental desde el deporte y terminaron siendo condenados tardíamente con el testimonio de las víctimas que se atrevieron a denunciarlo.
"No somos apenas un entretenimiento, somos mucho más que eso", dijo hoy la joven tras ocupar el tercer escalón del podio en la prueba de barra de equilibrio, vaya paradoja.
"No pensaba que ganaría una medalla. Competí por mí misma y haberlo logrado es lo único que cuenta", destacó la atleta, aquejada por dificultades que suelen afectar más de lo que muchos suponían a los atletas y que ella obligó a debatir al hacerlas públicas.
"Muchos pasan por lo que yo pasé. Debemos discutir mucho más sobre este tema, entre todos y entre los propios atletas que también atraviesan dificultades ligadas a la salud mental", propuso.
"Somos seres humanos, aún cuando nos digan que podemos lograrlo todo. Llegó la hora de que hablemos nosotros, no los demás", agregó.
"A decir verdad, mis Juegos Olímpicos resultaron ser un asco, pero haber podido participar al menos en una prueba me deja feliz", completó.
Sostenida por sus colegas y por miles de personas y personalidades que le expresaron su solidaridad y agradecieron su valentía, Biles finalmente pudo "hablar" en pista.
Pero como toda regla, esta tuvo su excepción y fue quizás la menos esperada. "La presión es un privilegio con el que tenemos que aprender a convivir", pareció responderle el tenista serbio Novak Djokovic.
El mismo número uno del mundo que llegaba como candidato al título y terminó revoleando una raqueta hacia una tribuna vacía y destrozando otra con furia contra el suelo tras caer en la final por el bronce.
"Simplemente quería superar mis propias limitaciones y haber podido competir vale más que cualquier otra cosa en el mundo", admitió hoy Biles luego de su corta, pero reconfortante participación en los Juegos.
En los "Juegos de la diversidad", como intentó venderlos el Comité Olímpico Internacional (COI) para que se realicen aunque sea a puertas cerradas evitando una pérdida de miles de millones de dólares, las que dijeron basta fueron dos mujeres jóvenes.
Con la misma convicción de aquellas/os que lucen los colores del arcoíris que identifican a la comunidad LGBT para defender el derecho a la libre elección de su sexualidad, o quienes se arrodillan cuando salen al ruedo para recordar que la vida de los negros también importa aunque la policía estadounidense se empecine en apagarlas con balas, palazos o a mano limpia.
"No censuren las protestas", reclamaron al ponerse en marcha estos Juegos los ex atletas estadounidenses Tommie Smith y John Carlos, que hace más de medio siglo alzaban sus puños cerrados y enguantados al cielo en el podio de México 68.
Era para reclamar por los derechos de los afroamericanos y para responder a la violencia y a los abusos de esa misma policía que sigue matando con mayor o menor discreción según el color de piel 53 años después.
"La capacidad de permanecer neutrales en tiempos de opresión es la expresión del privilegio concedido sólo a aquellos a imagen y semajanza de los cuales fueron creados los Juegos", agregaban Smith y Carlos como para no dejar dudas sobre la pretendida neutralidad del COI en cuestiones "ajenas" al deporte.
"Soy mucho más que sólo una estrella del deporte afroamericano", asegura Biles, comprometida como Osaka con los principios del movimiento "Black Live Matters", con la inclusión, con la diversidad y también con la salud mental de aquellos que, como ellas mismas, deben enfrentarse con sus propios demonios aunque muchos supongan que viven en el paraíso.
En Japón, país al que muchos empresarios envidian por las huelgas en las que los empleados en lugar de dejar de trabajar, trabajan más como protesta (paro a la japonesa), dos mujeres decidieron plantarse y dijeron basta.
Como tantas otras cuando piden a gritos que dejen de asesinarlas sin que muchos tomen nota porque las mujeres siguen siendo asesinadas aunque, eso sí, hoy se hable más del tema.
Enorme lección de dos deportistas consagradas y privilegiadas que podrían seguir disimulando y callar, pero eligieron hacerse voz de tantos silencios y hablaron desde un lugar que garantiza la repercusión de una coherencia que contrasta con la locura de esa ruleta que gira y gira sin importar el precio.
(*) Periodista.