El archivo gráfico es una invitación a revolver papeles para descubrir o releer viejos diarios, revistas y documentos. Permite encontrar artículos escritos por periodistas emblemáticos o anónimos que tienen un valor testimonial.
El archivo es, en definitiva, una fuente de información que encierra parte de la historia con sus hechos y personajes. Recorrerlo es un ejercicio de la memoria y también del conocimiento que La Oreja que Piensa quiere compartir con sus lectores desde esta sección.
La mitología porteña (entre el séquito de los inmortales que habitan su Olimpo) reserva el mejor sitial a un muchachón del arrabal criado en los alrededores del Mercado de Abasto.
Ese ídolo —consuetudinario acompañante (en efigie) de cuanto colectivero fatiga el pavimento de Buenos Aires— se llama Carlos Gardel. A 35 años de su muerte (un aniversario puntualmente recordado el jueves pasado) sus devotos insisten en que "cada día canta mejor".
Zorzal Criollo para algunos; El Mudo para otros, muy pocos se atreven a cuestionarlo. Quizás por eso cuando trascendió que en el programa de televisión “El juicio del gato” le endosarían, ¡justo en la fecha de su recordación!, un triple cargo —demagogo, apátrida, desarraigado—, un grupo de fanáticos envió un tajante telegrama colacionado al director general del Canal 7. Y amenazaron: De no levantarse esa payasesca audición que nada agrega a la cultura nacional, sino que la empaña y la deprime, nos presentaremos ante la justicia a los fines que corresponda.
Sin embargo, el severo enjuiciamiento fue compensado por otros panelistas (Edmundo Rivero y el teólogo Alberto Penas) que ensalzaron al Morocho del Abasto y obligaron a desempatar al inefable Osvaldo Parrando (juez del programa). Su fallo: Gardel es inocente, salvó tal vez a los iconoclastas de un seguro exilio.
Calmado el avispero, los fieles de El Mudo tienen ahora a mano otro motivo para ejercitar su celo: durante el último semestre, un póster con la estampa del cantor, aureolado con la peyorativa sentencia Anda a cantarle a Gardel, trepa vertiginosamente en los índices de venta. Quizás los estremecimientos del humor negro constituyan para las nuevas generaciones una forma menos solemne de evocar su memoria.
La figura del Zorzal Criollo está presente —cariñosa y lejana— entre la nueva hornada de cantantes populares. Sin incurrir en lloriqueos, los entrevistados por Panorama coincidieron en un punto: la muerte le vino bien, porque evitó su decadencia. Un perfecto punto de partida para erigir su gloria.
Leonardo Favio: "La personalidad de Gardel sobrepasa las limitaciones técnicas del tango; él cantaba mejor de lo que suena a los oídos de nuestros contemporáneos. En una época en que se grababa sobre latas (y así sonaban las guitarras) consiguió registros superiores a los de cualquier cantante.
Aún hoy se lo puede considerar un fuera de serie. A mí me gusta siempre, pero en especial cuando interpreta las letras de Lépera, un autor inmerecidamente olvidado al que habría que considerar junto a Manzi y Discépolo. Claro, su imagen se favoreció al matarse en el momento preciso, ni antes ni después. Tenía talento de sobra y hasta el físico apropiado para triunfar, pero sin esa muerte trágica, el mito no hubiera perdurado; tal vez ni siquiera empezado. Después, sus films y sobre todo los intereses comerciales y políticos que rodean el surgimiento de una estrella, ayudaron a convertirlo en un dios que —si Gardel hubiera sobrevivido— seguramente no existiría."
Nacha Guevara: "Me sigue gustando tanto como la primera vez que lo escuché. Después de Gardel no apareció —hasta Rivero— ningún cantor de tangos que pueda comparársele. Representaba la tipificación del artista canchero pero no en exceso; jamás abandonó su simpatía natural. La historia —su muerte— agregó un halo de endiosamiento a la mitificación que suele adornan a los que llegan. Pero hay algo que todavía lo salva sobre los intérpretes de su tiempo: nunca cayó en la cursilería".
Amelita Baltar: "La vigencia del Zorzal Criollo —algo real— tiene relación directa con el buen canto. Como todos los que cantan bien, él tiene sus fieles. Oyéndolo se observa que posee (todo lo necesario para imponerse y triunfar: técnica, expresión, voz; algo que no abunda entre sus sucesores. De los que conozco no hay mucho para ponderar. Aunque difiera de mi estilo, como modelo de canto, tiene un enorme valor. Por eso, aunque no colecciono sus discos, cada vez que tengo oportunidad de oírlos abro bien las orejas. Y lo de modelo de canto no es una fantasía mía: siempre lo ensalza la eximia Catalina Hadis —profesora de canto de tantas figuras del Colón— y también maestra mía."
Piero: "Gardel representó una época de un Buenos Aires que ya no existe: el Buenos Aires intimista, un poco orillero y romántico de los años treinta. El ejemplificó y testimonió las aliena-clones de una ciudad que hoy aparece distinta. Todo esto no significa de ninguna manera negar a Gardel. Con una voz para nada excepcional, su capacidad interpretativa logró maravillas.
Era un "diseur" nato, magistral. Tenía una manera de hacer sentir las cosas que dan ganas de escucharlo; un ritual al cual yo me someto con gusto. Obviamente hay tangos que me gustan muchísimo (El día que me quieras, Leguisamo solo, Mi Buenos Aires querido) y otros no.
Sus altibajos son propios de quien maneja un vasto repertorio. Su muerte permitió que se convirtiera en mito y no en prócer. Creo que de haber vivido lo hubiéramos visto agobiado por los homenajes y hablando como los viejos habitantes del tango. Aquello de que cada día canta mejor es cierto, aunque más no sea por inercia: hasta ahora nadie lo reemplazó."
Jorge Schussheim: "Pienso que en 1970, Gardel —como figura popular— es un mito no por sus canciones, sino por todo lo que representa para Buenos Aires. Muchas de sus canciones eran quizás ridículas (La jota cordobesa, el fox Rubias de New York o el vals Nelly), pero Gardel las superó con su forma de cantar, con lo que era su figura para el pueblo.
Tal vez, habiendo cantado lo que cantó, haya sido uno de los precursores de la música "pop" argentina. Su muerte trágica contribuyó al nacimiento del mito. De haber palmado en la cama, otro sería el cantar. ¿Si yo oigo sus discos? Raramente. A veces en casa de gente amiga o de refilón, cuando voy por la calle y me paro en alguna disquería".
Revista Panorama Nº 166 del 30/06/1970