Agencia La Oreja Que Piensa. Argentina 2010. (Por Lic. Silvia Nora Borrajo)
Si tomamos en cuenta que el fracaso escolar recae predominantemente y de forma unilateral sobre los niños de las clases más pobres debemos notar que la valoración más positiva de la escuela persiste en los sectores que menos esperanza de contar con sus servicios refieren. En tanto, aquellos que sin dudarlo irán o mandarán a sus hijos a estudiar a instituciones ubican a la escuela en un lugar descalificado.
De lo que no cabe duda es que las interpretaciones que la sociedad hace sobre la pregunta ¿para qué sirve la escuela?, no son un reflejo de su posición social sino una compleja elaboración social-político-cultural.
El proceso de subjetivación es uno de aquellos procesos por el cual atraviesan todos los procesos sociales del sujeto, desde la socialización hasta la institucionalización, por medio de este proceso el ser humano construye sus ideales, sus razonamientos, sus propias pautas y valores, su moral, y su identidad como ser individual y social. Cuando hablamos de la escuela, y de lo que se piensa hoy acerca de esta, debemos referimos a un marco netamente cultural, ya que no se puede subjetivar algo acerca de la escuela sin haber antes escuchado e internalizado lo que los otros significantes nos han hecho ver, creer, o pensar, implícitamente o no de la escuela.
La educación es, desde la perspectiva de la cultura, un proceso de endoculturación que supone la selección y transmisión de significaciones, su asimilación en cada agente que se incorpora a ella y la incorpora y la creación de cultura, ya que en el mismo proceso educativo se produce una transformación de la misma. Es entonces, a través de este proceso de apropiación de la cultura, que la misma se reproduce y se transforma.
Al mismo tiempo, la educación puede ser analizada en su relación con las funciones que cumple en la sociedad. Distintas posturas teóricas concuerdan en atribuirle a la primera dos funciones generales fundamentales: de conservación o reproducción y de renovación o transformación de la vida sociocultural y del hombre, agente y paciente de esa vida.
La educación contiene, por su misma estructura, la fuerza reproductora y su negación; constituye un proceso sólo aprensible en su movimiento. La educación genera más educación, la estimula o la exige; no se desgasta sino que por el contrario tiene efectos multiplicadores que, en algún grado, ensancha las posibilidades de quienes la van poseyendo, aún cuando no sean esas las intenciones de quienes la regulen. Aun suponiendo que el propósito único de un sistema educativo sea reproducir fielmente las condiciones y las formas socioeconómicas y culturales vigentes, la acción educadora entrega herramientas, despierta poderes intelectuales e inicia criterios de valoración. El dominio del alfabeto es, en cualquier sociedad, el inicio de un cierto tipo de autonomía.
Gramsci plantea que es el maestro con su trabajo el que logra que el nexo instrucción – educación se establezca. Si el trabajo del maestro es deficiente, ese nexo desaparece, por lo cual la enseñanza se queda a un nivel retórico, falto de seriedad, por mucho que se subraye lo contrario en los planes de estudio. El verdadero maestro, el educador, es aquel que, representando la conciencia crítica de la sociedad y teniendo presente el tipo de hombre colectivo que se encuentra representado en la escuela, asume el papel de mediador entre la sociedad en general y la sociedad infantil en desarrollo y estimula el proceso evolutivo a través de la búsqueda de un equilibrio dinámico y dialéctico entre imposición social e iniciativa autónoma del individuo.