Agencia La Oreja Que Piensa. Por Fernando Sandro (*)
Actor, cantautor, productor, guionista, director; Leonardo Favio es uno de las artistas más grandes de la Argentina. A casi cuatro años de su fallecimiento, Fernando Sandro repasa su historia y filmografía para rendirle homenaje.
Fuad Jorge Jury nación un 28 de mayo de 1938 en Las Catitas, Santa Rosa, provincia de Mendoza. Hijo de la actriz de radioteatros Laura Favio, el abandono de su padre lo llevó a una infancia problemática luego de su viaje a Buenos Aires en 1945, sumida en la pobreza, pasando por varios institutos y reformatorios de los cuales se fugaba o era expulsado.
Probó suerte como seminarista y en la Marina, pero su destino estaba sellado desde los encuentros con los artistas del Parque Japonés, años más tarde sería conocido bajo el seudónimo artístico de Leonardo Favio.
Un artista desde y para el pueblo
Esas traumáticas experiencias vividas de chico lo marcaron también en su (no) formación artística.
Intervino como extra para Enrique Carreras e hizo sus primeros trabajos como actor de la mano del gran Leopoldo Torres Nilsson. Figura clave de la Generación del 60 participó en El jefe de Fernando Ayala (1958), El secuestrador (1958), Fin de fiesta (1960), o La mano en la trampa (1961), todas de Torres Nilsson, entre varios otras icónicas de la época.
Entre esos primeros años también daría sus iniciales pasos detrás de cámara con el mediometraje inconcluso El señor Fernández (1958), y el cortometraje El amigo de 1960. Pero fue su primer largometraje el que lo consagraría de inmediato como un ser de sensibilidad única.
En Crónica de un niño solo (1964), a través de la figura de Polín (el niño Diego Puente), Favio retrata su propia vida como un chico de la calle, marginal, que solo busca ser libre y al cual el sistema busca atrapar.
Lejos de los remarcados golpes bajos, condescendencias y frases impuestas, Favio se vale de un naturalismo sin igual para retratar a las clases bajas, humildes y obreras en una obra llena de poesía y franqueza. Mucho del cine postcrisis de los noventa (y algunas obras como Las tumbas de 1991, también) le debe todo a ella.
“Nunca voy a narrar algo que no conozco. Mis personajes brotan de la realidad. En mis películas no hay un solo personaje que no esté dentro de mi corazón, que no reaccione como yo hubiese reaccionado”.
A este promisorio inicio le siguió una primera etapa de su filmografía, en profundo blanco y negro, cuyas marcas registradas eran los personajes marginales que perseguían un sueño, pero eran alcanzados por el peso de la sociedad.
A este período pertenecen Este es el romance del Aniceto y la Francisca, de cómo quedó trunco, comenzó la tristeza y unas pocas cosas más… (1967) y El ependiente (1969). Junto con Crónica…estas obras cumbres lo relacionarían con la generación del 60, conocida como el primer Nuevo Cine Argentino, con marcas propias aún dentro de ese grupo como lo son el retrato vivo de los humildes, el no deseo de emular las corrientes europeas y la prescindencia de referencias literarias.
Esta suerte de trilogía gozó del prestigio y sirvió para posicionarlo. Pero no parecieron llegar en un primer momento al gran público; es por eso que decide tomarse un impasse del mundo de las cámaras hasta encontrar nuevos impulsos. En el medio, prueba suerte (y mucha), con el mundo del canto, nunca podría alejarse del arte.
Favio el grande
En 1973 el estreno de Juan Moreira significó una nueva etapa, más cercana al último Torres Nilsson.
Emblema del cine gauchesco y modelo a seguir, fotografía de colores vibrantes y cargados a cargo de Juan Carlos Desanzo, una adaptación a modo de relato épico con la ayuda de los eternos acordes de Pocho Leyes y Luís María Serra, diálogos presumidamente teatrales y grandilocuentes y una dirección actoral majestuosa. Esta versión de Moreira había nacido para convertirse en un símbolo histórico inmediato, un taquillazo que marcaría una nueva era para el cine nacional.
Al cine de Favio habrá que analizarlo siempre dentro de su contexto histórico, como un gran visionario. El texto de Eduardo Gutiérrez ya había sido adaptado dos veces previamente, en 1936 y 1948, siempre acatando la fórmula clásica y respetuosa de la heroica (en este caso gauchesca) argentina con una visión superficial y esquemática.
Favio lo relaciona con el período actual, lo vuelve un gaucho rebelde, sanguinario, pero que peleaba por sus ideales, poético y apasionado, en definitiva, un revolucionario.
Esto también lo diferencia del cine contemporáneo, aún de su mentor Babsy, del que toma algunas ideas formales. Si se compara esta obra con Martín Fierro (1968) y El Santo de la Espada (1970), veremos cuán lejos de la figurita está. Favio seguía siendo el marginal, el del pueblo, el político.
De alguna manera, Juan Moreira formaría un díptico con la película siguiente de su director, un acercamiento puro al cine de género con una mirada única, personalísima, dos grandes superproducciones y dos enormes éxitos en la taquilla, ubicando a Leonardo (que a esta altura ya le huía a la fama del cantante) dentro de la esfera de uno de los artistas más populares de nuestra historia; por supuesto me refiero a Nazareno Cruz y el lobo, las palomas y los gritos (1975).
“Es hermoso saber que estás contándole a todo el mundo un cuento de hadas, un cuento de lobizones, de magos, de brujas que volaban, que hacían el amor por las nubes o debajo del mar.”
La idea era realizar un biopic sobre el anarquista Severino Di Giovanni, pero otra vez la realidad del país se impuso, esta vez de modo contrario. Un país revuelto y en pie de llamas tras el regreso de Perón y los trágicos sucesos posteriores, lo convencieron de no ser tan directo, de replegarse en la lírica para exponer las mismas ideas políticas de un modo más “entre líneas”.
Nazareno… está basada en el radioteatro homónimo de Juan Carlos Chiappe, especialista en mezclar la realidad con relatos fantásticos; eso era lo que necesitaba el director, quien junto a su hermano y eterno coguionista Jorge Zuhiar Jury, le agregó lo necesario para que se trasluzca como un relato actual, eterno.
La teatralidad de los diálogos en su máxima expresión y potencia, la belleza de las imágenes como íconos atemporales de la mano de la fotografía de Juan José Stagnaro en el siempre presente EastmanColor, la música orquestal omnipresente de Juan José García Kafi, le poesía hecha texto y cuerpo, y a la par, profundamente popular, coloquial, acercado al público más bajo y mundano. Nazareno… se catapultó como la película argentina más taquillera de todos los tiempos (no ahondaremos en la disputa con Relatos Salvajes).
El pueblo necesitaba algo de fantasía y el artista se la dio, con una lectura desangelada, con la mirada puesta en la juventud idealista cercada, pasional y tentada, con el caos latente y el pueblo como primera víctima de un diablo que se muestra como un bello y acaudalado ser de poder absoluto. Una alegoría sobre los tiempos que nos tacarían vivir.
Destierro y regreso
Al mismo tiempo que Nazareno… explotaba en todos lados, Favio realizaba una película de emergencia, Soñar, soñar (1976), estrenada a pocos meses del golpe. Es quizás su obra menos valorada, una sorpresa no grata para quienes esperaban algo más cercano a sus dos últimos trabajos. Con el tiempo fue justamente revalorizada y comprendida como la hermosa épica alegórica que representa.
Quizás quería brindar la esperanza que el panorama no le brindaba. Suerte de tragicómica road movie episódica, con Gianfranco Pagliaro y Carlos Monzón en los protagónicos como dos artistas de varieté caídos en desgracia que, recién sobre el final, pueden pronunciar la frase que tanto les costaba “Antes muerto que vencido”; Favio ya sabía cuál era su destino.
Fichado y acorralado por quedar expuesta su militancia humanitaria durante la Masacre de Ezeiza, integrante de todas las listas negras de artistas, decide exiliarse a partir de 1976 en varios países de Latinoamérica donde subsiste con el éxito como cantante y el alma desgarrada a cuestas.
El cineasta desaparece, su obra, tanto cinematográfica como musical, es prohibida, y ya no hay colores en su vida para seguir plasmándolos en la pantalla. Ya nunca más será el mismo que fue.
En 1980 publica una carta al Teniente Roberto Eduardo Viola, poco antes de que asumiese como presidente de facto. “Este es el camino que elegí, el de darme a mis ideas convencido de que hago lo mejor para los demás. Entonces es lícito que, al revisar los rincones de mi vida, como si esta fuese una casa, se encuentren rincones sucios y rincones limpios, porque en mí vive la gente.” Recién pudo regresar a nuestro país en 1987, opacada su figura por ser un estandarte del peronismo, aun mal visto en esos años.
Mono las pelotas
Su próximo film recién vería la luz seis años después. Gatica, el Mono (1993) lo muestra firme a sus convicciones haciendo una abierta y sucia alegoría al peronismo, desde el barro y con el corazón. Sus marcas estaban ahí, desde la fotografía barroca de Alberto Basail y Carlos Torlaschi, a la música de Iván Wyszogrod, desde la potencia de los diálogos y férrea dirección de actores. Gatica es una de las mejores alegorías de nuestro cine y de un proceso histórico-político que tenía que retratarse con pasión. La figura de José María Gatica sería la excusa para mucho más, como lo muestran esas imágenes que perdurarán para siempre.
Un progresivo deterioro en la salud y una necesidad de ocultarse para proteger su figura de mito viviente; su próximo estreno sería recién en 2008, cuando retome su clásico Este es el romance… en clave de musical o adagio coreográfico y lo transforme en la máxima expresión del lirismo pasional que fue Aniceto (2008). Nuevamente, tanto en esta como en la anterior, el contexto histórico no era en vano, los sentimientos se plasmaban en el celuloide.
En el medio, realizó el documental de archivo Perón, sinfonía de un sentimiento (1996-1999) de casi seis horas de duración, nunca estrenado en salas, que termina siendo el mejor exponente de lo que significó el peronismo desde adentro y hacia afuera, desde la emoción y el más profundo agradecimiento, un retrato de época como solo él podía hacer.
El 5 de noviembre de 2012 nos llegaba la triste noticia de su fallecimiento, luego de un período de justos homenajes y una salida al público para demostrar su contento con el clima vivido. Con su figura, se apagó una cámara fiel reflejo de los humildes que no se conformó con posarse sobre los hechos y los rodeó de un canto poético como nunca se había visto y posiblemente no se vuelva a ver. Aplausos al maestro.
(*) Nota aparecida en el número 15 de la revista Cine Fantástico y Bizarro.