“El tano entendió que el sonido de Dama Negra no sólo era cumbia, era canción testimonial, grito de revancha, rencor concentrado. ¿Por qué mierda habré nacido aquí?.
¿Por qué no puedo ir a la escuela? ¿Por qué los ratis me persiguen? ¿Por qué me pegan? ¿Por qué tengo que ir a cirujear? ¿Por qué me violan? Porque de todos los colores, en especial negros. Y después, cuando las preguntas sin respuestas se asientan en el fondo del corazón, es posible levantar el orgullo de origen y hacer música”.
De “Paco“
, personaje del cuento “Los ángeles bailan cumbia” del libro “Pendejos” de Reynaldo Sietecace.
Si el tango, según Discépolo, es “un pensamiento triste que se baila” y el rocanrol, según el Indio Solari, es “un pensamiento crítico que se baila”, habrá que pensar, según el psicoanalista Lewkowicz, a la cumbia villera, como una subjetividad desesperada o una desesperación sin pensamiento que se baila. Entendiendo que la cumbia villera está sostenida en un fondo absoluto de desesperación (exclusión).
La cumbia villera, como toda música que nace margina; que nace “maldita”, vive una infancia corta y arrebatada. Desde el primer hit fundacional “Sos un Botón”, firmado por Pablito Lezcano e interpretado por Flor de Piedra, este género experimenta un brutal y alucinado estallido popular, paralelamente a este crecimiento, una cacería moral y ética no muy consecuente y varios intentos por declararlo muerto.
Lo que hoy es innegable e incontrastable es que la cumbia villera está en todas partes, con su sonido cadencioso, híper realista y ferozmente pegadiza.
Siguiendo con Lezcano, que como se sabe es el principal responsable del giro que pegó una parte de la cumbia villera en el último tiempo. Un giro, que además de temático es sonoro.
Es el que reinventó el sonido del teclado cumbiero, llevándolo a una atmósfera de ensoñación suburbana, sintética y seductora.
El líder de Damas Gratis plantea que la cumbia villera es una mezcla de ritmos mucho más activa de lo que sugiere su título. Va más allá de su lugar de origen, hay mezclas interesantes, mezclas que incluyen el reggae, el tango más reo y un híbrido que podría denominarse SKA pueblerino.
Otra de las cosas sorprendentes, sostiene Pablo Trapero, director de entre otras películas Mundo Grúa, El Bonaerense, es que estos himnos anti-ratis, eran consumidos por los propios policías. O sea que no hay una cuestión de bandas, sino que es la música de un mismo lugar. No hay música de buenos o de malos.
Para su análisis podríamos calificarla a la cumbia villera como una tribu urbana. Esta tribalización implica una ruptura con el orden social, monopolizado por la uniformidad, en un proceso de fragmentación, creciente con la explosión de identidades pasajeras.
Las tribus son una reacción conciente o no a la progresiva juvenilización de sectores bajos y medios, que aparecen desvinculados de la conflictividad, pero que son alcanzados por el aumento de la pobreza, el desempleo y la exclusión.
La opción por las tribus funciona en parte, como una deserción, un camino de vida alternativo, dirigido por otros valores, orientados hacia una dirección distinta, un abandono radical de la pelea antes de iniciarla. Bajarse del tren antes de que el viaje comience.
Pueden advertirse en estos posicionamientos, en estas resistencias, en estas opciones encontradas, claros exponentes de la lucha de clases, librada fundamentalmente en el plano simbólico.
Se puede concluir con algunos conceptos del sociólogo Néstor García Canglini “adoptar el punto de vista de los oprimidos o excluidos puede servir en la etapa de descubrimiento para generar hipótesis o contra hipótesis. Para hacer visibles campos de la realidad descuidados. Pero el objetivo final no es representar la voz de los silenciados, sino entender y nombrar los lugares. Desde donde sus demandas o su vida cotidiana entra en conflicto con los otros”.
(*Psicólogo Social y Comunicador)
Fuente: Agencia Buenos Aires sos