Publicado por la Oreja Que Piensa. Febrero 2010
Agencia La Oreja Que Piensa. Bolivia 2010. (Por Pablo Chiesa)
Tras haber logrado un triunfo aplastante en las elecciones presidenciales del 6 de diciembre, Evo Morales inició a fines de enero su segundo mandato. Comenzó así un nuevo tiempo de continuidad y profundización del proceso de cambio boliviano.
Cuando observamos el mapa de Latinoamérica, el gobierno de Bolivia se destaca por llevar adelante la transformación más profunda y estructural entre sus pares, en un marco favorable por los nuevos rumbos que tomó la región en los últimos diez años.
Tan radical es el cambio, que a partir de este segundo mandato del MAS en el poder llegó el turno de transmutar lo más íntimo y propio que tiene cualquier persona o pueblo: su identidad.
Por eso, cuando nos asomamos por la plaza Murillo el pasado 22 de enero, supimos con certeza que esto iba muy en serio. La “vieja” República boliviana pasaba a mejor historia.
Con la aprobación de la nueva Constitución política del Estado, una victoria electoral aplastante con más del 65 % de los votos y un liderazgo –el del presidente Evo Morales-prácticamente indiscutido, el gobierno decidió dar nacimiento al Estado plurinacional de Bolivia. Una nueva identidad. Un paso crucial en la batalla que prosigue contra los intereses coloniales de otros tiempos, dando prioridad a la cuestión cultural.
¿Y cómo no priorizar la cultura, la identidad de un pueblo, para erigir un nuevo ciclo totalmente diferenciado del antiguo régimen? ¿Por dónde comenzar que no sea la cultura para lograr hegemonía?
Eso se propone el gobierno del MAS. Construir poder, escribir un nuevo relato histórico, ser hegemonía, atacando varios flancos al mismo tiempo: el político, económico, social… pero por sobre todo, el cultural.
En ese sentido, Evo es el representante de ese camino que intenta transitar el gobierno popular de Bolivia. Un camino auténtico, audaz y por sobre todo, muy inteligente.
Evo es todo lo que representa el nuevo Estado plurinacional y nada tiene del viejo modelo semi-colonial. Es el sindicalista cocacolero, el aborigen aymara que en Tiwanaku toma la posesión del gobierno y reafirma su liderazgo, recibiendo la bendición de los pueblos originarios. Es el hombre popular.
Pero volvamos al aspecto cultural. Tiempo atrás, ningún boliviano con rasgos y características aborígenes podía transitar por la plaza Murillo, la más importante de la ciudad de La Paz.
Hoy, ese mismo descendiente de los antiguos propietarios de la tierra es protagonista de la nueva época. Levantó la cabeza y camina firme. Muestra sus culturas sin tapujos. Es líder social, político y barrial. Y aquí radica unos de los ejes del cambio: la dignidad primero, para pensar como una gran Nación después.
Es que Bolivia vivió sumergida durante mucho tiempo. Cuando se caminan sus calles y se habla con su gente, el pasado muestra humillación y atraso. Está el ejemplo de Potosí. En el siglo XVII gracias a su Cerro rico era una de las ciudades más importantes del mundo. Actualmente parece una ciudad a medio terminar, con casitas sin revoque ni pintura. Del despojo que fuera víctima siglos atrás nadie se hizo cargo, y entonces, ganó la pobreza. De la misma forma se repiten como postales la mayoría de las ciudades y pueblos del altiplano boliviano, en una curiosa contradicción: paisajes increíbles conviviendo con ciudades inconclusas, economía informal en forma de puestos callejeros que se reproducen en miles y un importante retraso tecnológico.
Por eso el camino es largo y harán falta muchos Evos para lograr éxito. Pero el paso inicial, el cultural, ya está dado.
Un rumbo: el socialismo comunitario
Alvaro García Linera es el cerebro del cambio. El vicepresidente de la Nación habla y su voz es escuchada. Y muy respetada. Con claridad magistral expone hacia donde se encamina el proyecto político del MAS en el gobierno.
La consigna es el socialismo comunitario. La estrategia contempla darle fuerza a un Estado protagonista e integral, que pueda ser eje motor de la economía pero que no lo abarque todo; a un Estado con presencia, pero también con autonomía para descentralizar el poder.
Para cualquier manual de teoría política está claro que los principios elementales para la conformación, el progreso y la consolidación de una Nación son los que contemplan a la población y el territorio. El Estado integral boliviano que auspician Evo Morales y García Linera viene a cumplir con varias deudas históricas en ese sentido. Pretende unir el territorio para fortalecer los lazos sociales, económicos y culturales de la población. Y esto representa todo un desafío, teniendo en cuenta que una de las principales amenazas que enfrenta este proceso es la aspiración de separatismo (disfrazado de autonomía) de sectores minoritarios del oriente boliviano.
Por ello, la iniciativa gubernamental de auspiciar las autonomías de las regiones, siempre respetando la unidad indisoluble de la Nación, fue una jugada rápida y sagaz para arrebatarle argumentos e ideas a la oposición.
Además, a los críticos del proceso emancipatorio, que califican este rumbo como “anacrónico” y auguran su rápido fracaso, el vicepresidente responde con sentido común y coherencia. Afirma que no se pretende un Estado todopoderoso y que por el contrario se respetarán las inversiones e intereses privados, siempre y cuando no afecten los intereses nacionales. Da como ejemplo a las universidades privadas, que no sólo dejaron de lado los “fantasmas” de un posible avance del Estado nacionalista, sino que además están en pleno desarrollo.
Por eso, luego de recuperar para beneficio de la Nación los recursos energéticos, el socialismo propuesto viene a comunitarizar la riqueza, “es lo que hacían nuestros antepasados pero ahora en una escala mayor, con tecnología, con modernidad productiva”, aclara el vice. El objetivo es desarrollar un modelo económico basado en la solidaridad, la reciprocidad y el consenso. Con impulso a los pequeños y medianos emprendimientos y a las economías regionales. Con una apuesta a la integración regional en el Continente americano.
Por todo lo dicho, la segunda etapa del proceso de cambio revolucionario en Bolivia se asienta sobre la plurinacionalidad, la autonomía democrática y la soberanía económica con protagonismo del Estado. Hacia allí camina el pueblo boliviano, derrotando sombras y rompiendo cadenas propias y ajenas.