Agencia La Oreja Que Piensa. Por Sergio Ferrari, desde Berna, Suiza
No es una simple ola, sino más bien una marea que desde inicios de octubre no deja de crecer. No se trata de un tsunami, sin embargo, anticipa efectos de cataclismo sanitario y social. La segunda oleada del COVID-19 inunda el continente entero. Luego del corto respiro veraniego, la pandemia, de la mano del otoño septentrional, golpea bruscamente. El diagnóstico es incierto…
La curva de contagios en el Viejo Mundo asumió en las tres últimas semanas de octubre tendencias tan inesperadas como brutales. Escaparon a toda previsión y, sin explicación cierta de parte del mundo científico, explotaron a una velocidad descontrolada para convertirse en diagonales en flecha hacia arriba en todos los gráficos. Un desarrollo tan explosivo que en muchas regiones del continente ya no permite seguir el trazado del virus, lo que implica la pérdida de control de la situación sanitaria.
Con situaciones muy complejas en Italia con 22.253 casos el 1ro de noviembre y Francia con 46.290 casos ese mismo día. Alemania, el país menos golpeado de Europa, registró el primer día de noviembre 14.177 Alemania (aunque el 1ero de octubre contaba solo con 2.500 casos).
El 25 de octubre, el Gobierno español decretó la urgencia sanitaria por seis meses con un correspondiente toque de queda nocturno. Italia, en paralelo, endureció la reglamentación, con cierres de bares y restaurantes a las 18 horas.
Pero fue el miércoles 28 el día “frontera”. Un antes y un después simbólico para marcar esta nueva *crisis en la crisis* en el Viejo Mundo. El Gobierno de Francia y el de Alemania, adoptaron medidas parcialmente comparables con las marzo-abril.
Emmanuel Macron anunció un nuevo confinamiento en todo el país, al menos durante todo el mes de noviembre. La diferencia con marzo-abril radica en que ahora no se cerrarán las escuelas, que se podrá visitar a las personas ancianas en sus residencias colectivas y no se parará el funcionamiento de las oficinas públicas. Por el resto, se imponen movimientos reducidos, se exige una autorización especial para todo tipo de desplazamiento, y se cierran todos los bares, restaurantes, negocios que no sean de productos alimenticios, espacios culturales y de ocio.
Alemania, decidió al mismo tiempo, lo que diversos medios de prensa titularon como “medidas drásticas”, también para noviembre. Cierre de bares y restaurantes, y un freno radical en todas las actividades culturales -cines, teatros, conciertos etc.-. Las competiciones deportivas profesionales podrán continuar, pero sin público. Los encuentros privados autorizados son de máximo diez personas y solo de dos hogares diferentes.
Siguiendo los pasos tomados por París y Berlín, el último fin de semana de octubre Gran Bretaña y Austria decidieron un nuevo confinamiento a escala nacional durante, al menos, un mes. Grecia, lo decretó para Atenas y algunas de sus principales ciudades. Portugal acaba de decidir la emergencia sanitaria. Bélgica, endureció las restricciones por seis semanas. Al menos tres cantones de la parte francófona de Suiza implantaron un confinamiento casi total.
SOS Suiza
El miércoles 28 de octubre, el Gobierno suizo, impuso medidas “draconianas”, según las propias palabras de uno de los siete miembros del ejecutivo colegiado.
Actividades privadas de máximo diez personas. Deporte profesional sin público. Horario límite de restoranes y bares hasta las 23 horas. Discotecas y centros nocturnos cerrados. Máscara obligatoria en todo el país y en todas las circunstancias proclives a un contacto interpersonal (incluso en las calles de los centros urbanos). Universidades y escuelas de nivel terciario con funcionamiento virtual en tanto los niveles educativos primario y secundario continúan.
Los afiches públicos sobre la pandemia pasaron entre miércoles y jueves de naranja a rojo oscuro ante una crecida de casos diarios que superaron los 9.300 el mismo 29 de octubre, sobre un total de 35 mil pruebas realizadas, con una tasa de positividad del 26.64%. Entre el 30 de octubre y el 1ero de noviembre la Confederación Helvética contabilizó 21 mil casos como total para los tres días. Aunque las autoridades afirman que las infecciones sobrepasan ampliamente esas cifras.
Crecimiento descontroladamente exponencial en relación a la pequeña población helvética de solo 8 millones de habitantes. Proporción que significaría más de 48 mil infecciones en un día en Argentina; 40 mil en España; 80 mil en Alemania: o 200 mil casos diarios en Brasil. Si bien, esas cifras y porcentajes se relativizan al analizar la tasa de mortalidad por COVID cada 100.000 habitantes. En Suiza se ubica en 26, mientras que en Argentina es de 70 y en Brasil y España llega a 76.
Las dos olas
Entre las variables más significativas de la realidad suiza, la comparación de esta segunda ola con lo que el país vivió en marzo pasado permite, aun con matices particulares, comprender la actual dinámica pandémica europea.
En la primera ola, en el período del 16 de marzo al 5 de abril, que constituyó el pico culminante, se registraron 19.892 casos. En el periodo actual, entre el 12 y el 25 de octubre, se registró un total de 58.272 infectados, explica el sociólogo Gerald Fioretta, especialista en estadísticas médicas. Quien aclaraba el 30 de octubre, que si bien el número de casos diarios llegaba a ser casi 5 veces mayor que en marzo, el nombre de hospitalizaciones, hasta ese momento, se mantenía por debajo de lo vivido en marzo, aunque con aumentos dramáticos.
El análisis confirma también una “significativa diferencia de edad y las personas mayores han dejado, ahora, el lugar a los jóvenes” afirma Fioretta. En la actualidad el mayor porcentaje de positivos se encuentra en la franja de edad de 20 a 29 años, mientras que en marzo y abril se ubicaba entre 50 y 59 años. La edad media de los casos en la primera ola fue de 53,2 años, y ahora es de 44,1 años. En este impacto diferenciado de edades se explique la proporción menor, por el momento, de decesos.
El doctor Bernard Borel, médico pediatra especialista en salud pública, aporta varias reflexiones adicionales. El cuerpo médico y paramédico ha ganado mayor experiencia y tiene ahora una mejor preparación para el tratamiento de los infectados graves, afirma. Según fuentes hospitalarias, el uso de ciertos corticoides desinflamatorios en el momento oportuno del desarrollo de la enfermedad, permitió reducir la cantidad de entubaciones, que constituye el nivel terapéutico más complejo y delicado y que se aplica solo a los pacientes muy graves.
Borel anticipa que la tendencia e impacto real de esta segunda ola solo se podrá medir en las dos próximas semanas (hacia mitad del mes noviembre), cuando pueda ser evaluado el efecto de las nuevas medidas restrictivas gubernamentales anunciadas el 28 de octubre.
Sin embargo, subraya, hay algunos elementos epidemiológicos y terapéuticos que pueden influir favorablemente. Por ejemplo, los plazos de hospitalización más cortos -siempre en relación a la primera ola-, lo que descomprime, parcialmente, la capacidad de acogida hospitalaria. Esta, sin embargo, en algunos cantones -como Neuchâtel, Jura, Ginebra y Friburgo, entre otros- empieza ya a colapsar.
Señala también que, si se confirma el pico del COVID 19 en noviembre, el mismo podría distanciarse, de la epidemia anual de la gripe *normal*, que generalmente golpea a Europa, con mayor fuerza, entre enero y marzo. Distancia temporal que reduciría el impacto negativo.
Bernard Borel evalúa que las medidas “menos radicales y menos restrictivas” tomadas por Berna este miércoles 28 en comparación a marzo, indican que “se ha diluido el concepto que primó en la primera ola: priorizar la salud en detrimento de la economía”. Lo que aparece como problemático en un país como Suiza donde existen los medios para hacer frente a una crisis de esta naturaleza sin poner en riesgo la estructura económico-financiera-productiva del país, enfatiza.
El invierno europeo será muy complejo, subraya el especialista en salud pública. “Es difícil manejar esta pandemia, dado que el mundo científico, el político y la sociedad en su conjunto van aprendiendo sobre la marcha. Con el agravante que no hay perspectivas serias de una vacuna antes de mediados del 2021. El Estado tiene una gran responsabilidad. Tomar las medidas adecuadas no solo para evitar el colapso del sistema de salud sino, esencialmente, evitar socialmente eventuales decesos que se podrían prevenir, concluye el doctor Borel.
Explosividad social
Una manifestación espontánea se produjo en Nápoles el viernes 23 de octubre, luego que el presidente de la región de Campania anticipó vía Facebook el nuevo confinamiento. Fue el detonante de varias manifestaciones que en los días siguientes se produjeron en varias ciudades italianas.
El común denominador: la protesta contra las nuevas medidas restrictivas tomadas por las autoridades ante el aumento explosivo de infectados. El 28 de octubre eran 24.991 (y 205 decesos), lo que superaba, ya, las cifras de los días más aciagos de la primera ola.
Que Nápoles haya sido el detonante de la protesta, sin embargo, tiene su lógica. El temor de la población ante los nuevos casos de coronavirus que alcanza una dimensión nunca antes visto en la región (cerca de 2000 diarios); el impacto económico-social que tendrán las nuevas medidas, como el toque de queda a las 23 horas para bares, restaurantes y actividad nocturna en general; y la falta casi total de medidas de acompañamiento social de parte del Gobierno.
Adicionalmente, como lo afirma un análisis de la revista progresista europea Contretemps, el principal aumento de la pobreza en Italia como consecuencia de la primera ola se encuentra en el sur: + 20 % en Campania; en Calabria, + 14 %; en tanto + 11% en Sicilia. En Campania, el desempleo golpea al 50% de los jóvenes de entre 16 y 34 años.
La organización católica romana Caritas, que acaba de realizar un análisis sobre la pobreza en Italia, afirma que “el punto común de los nuevos pobres es que no tienen medios para asegurar la vida cotidiana resultado de no percibir ningún ingreso durante más de 3 meses”.
Contretemps, en el artículo redactado por corresponsales ubicados en Nápoles, subraya que “la participación en la manifestación del viernes 23 de octubre fue amplia y compleja. Pequeños comerciantes; trabajadores independientes, artesanos y trabajadores informales, salieron a la calle porque su es muy más alto, porque los servicios sociales que reciben son muy malos y porque tienen una confianza menor en las instituciones públicas”.
Y el análisis insiste en que, en el contexto napolitano, esos sectores tienen estrecha proximidad tanto con el subproletariado como con la pequeña burguesía, todos duramente golpeados, en particular, por la caída del turismo.
El periódico Il Manifesto, comentando la manifestación de Milano de unos días más tarde, subraya que es incorrecto ubicar esa protesta en el marco clásico de derecha-izquierda. Y la caracteriza como protesta juvenil, en la que se mezclan jóvenes italianos y extranjeros, “que salieron para lanzar una señal” de desencanto frente a las nuevas restricciones anti-COVID.
La segunda ola pandémica inunda a un continente que vio con cierta perplejidad subir las aguas en el mes de octubre. A pesar que se anunciaba esta nueva marea desde hace al menos tres meses, la realidad continental demuestra lo difícil que resulta prevenir cuando se pisa sobre la tierra ya anegada por la inundación anterior. La pandemia no solo desafía a la gente -y pone a prueba su cansancio/paciencia- sino que interpela a los gobiernos.
Como lo hacen, también, los sindicatos de los trabajadores de la salud que en Suiza ganan las calles, juntos con otros sectores sociales, porque consideran que sus esfuerzos inhumanos para enfrentar el coronavirus no son reconocidos con ajustes salariales adecuados. Y ahí donde la ciudadanía no percibe sensibilidad social de parte del Estado la explosión social amenaza con golpear a la puerta.