Agencia La Oreja Que Piensa. Argentina 2010.Por Juan Chaneton
Las expresiones “charlatán” y “vocinglero” constituyen dos adjetivos con que
Majul no es un rábula completo. Tal vez podría predicarse de él todo lo demás, incluso “indocto”, como mienta
Los rábulas no de desasnan. Persisten en la ignorancia con fruición narcisista y se hallan psíquicamente convencidos de que sus quehaceres cotidianos gozan de todas las calidades de que debe estar revestida una labor para que ésta pueda aspirar al adjetivo laudatorio o al galardón que estimula y sienta bien.
En mala hora nos parió
Y en malhadada hora también aparecieron estos “Martín Fierro”, aquelarres tontuelos en los que unos se engrupen a otros desde hace ya demasiado tiempo, se premian entre sí año a año, se obsequian besos y abrazos las mismas venerables mediocridades, al tiempo que patanes, granujas y tunantes de pelaje vario pero de idéntica inopia espiritual compiten en proferir disparates, micrófono en mano, dictados aquéllos, a buen seguro, por el módico capital cultural de que disponen, viva la imagen de Majul en todo esto que llevo dicho, el que no dejó estulticia por perpetrar en los pocos segundos en que su lengua mostróse briosa y tremolante, a tal punto que, como el santo oficio de Carlos V, de su hijo Felipe II y de aquel entenado sietemesino que supo llamarse Roberto Belarmino, exigió a la primera magistratura del país (me refiero al lugar institucional) la censura a la expresión pública, que el artículo 13 de
Parece tratarse de un caso de nuda insensatez (la de este periodista), que peca de creatividad cero al tiempo que mueve a hilaridad; lo primero, pues si había un tema transitado ése era el de los “escarches” y él incurrió en la originalidad de repudiarlos y de atribuírselos al gobierno; lo segundo, debido a la pretensión de un ignorante de su ralea de interpelar a quien intelectual e institucionalmente no es su par, algo así como si quien esto escribe le corrigiera su definición del tiempo a Stephen Hawking o le propusiera a Aloisio Mercadante (ministro de Lula) polemizar sobre el estado actual de las exportaciones de Brasil al mercado chino.
A trancas y barrancas, como suelen decir los españoles cuando no quieren decir contra viento y marea, el pequeño hombrecillo al que nos referimos como actor de reparto en esta comedia de tema más profundo, se equivoca al ritmo de muchos de sus colegas. Dicho sea como al pasar, esto es, como quien lee a las apuradas un pasaje de
Pero íbamos a otro grano. Al grano de mostaza. Al que pica. Al que arde en la lengua y en la yema de los dedos, que es la que escribe.
De Clarín y otras cuestiones
Hay periodistas que se han creído eso que les enseñaron en las academias o escuelas o vaya uno a saber dónde, acerca de un presunto “código deontológico” que regiría el ejercicio de “la profesión de informar”. En semejante código, el valor “objetividad” luce como la perla que brilla en el escote de la reina. El deontos, el deber del periodista -a estar a lo que graznan esos formadores de opinión- es dotar a su información de tanta objetividad como sea posible. Ellos respetan a Clarín y al “grupo Prisa”, modelos si los hay. Y Majul respeta, y mucho, a sus patrones -que son otros- porque -según dice- jamás le cortaron la cabeza cuando Néstor y Cristina se lo pidieron y jamás de los jamases le impidieron verter una opinión aun cuando no la compartieran (el hombre se juega todos los días, es un audaz, un valiente, casi un temerario. Si volviera el terrorismo de Estado lo tendríamos al frente de la lucha, a buen seguro, jugándosela como sólo él sabe hacerlo. Menos mal. No estamos tan solos).
Lo cierto es que pedir la cabeza de un periodista es reconocer, aunque sea in pectore, que ese periodista es serio e influyente y nadie apostaría hoy a que tal es la convicción de Néstor y Cristina respecto de Majul. No hay “cornisa” que no sepan caminar estos sureños. Quizás mucho más les preocupen otros.
Al parecer, ha ocurrido que el pétit homme intentó, con su exabrupto microfonero, subirse al banquito para estar a la misma altura que los otros, que son más altos, sin remedio. Y también es cierto que, cuando se trata de manejar noticias de núcleo duro (como el caso “Noble-Herrera”, aquí en Argentina) o el atentado de Atocha en Madrid, estos periodistas preocupados por la libertad de expresión y por los códigos deontológicos se hacen olímpicamente los boludos. No dicen nada.
Aclaramos que el caso Atocha fue de antología. El diario El País, nave insignia del grupo Prisa, tituló a la mañana temprano, antes de que la edición ganara la calle: “Atentado terrorista en Madrid”. Un llamado de José María Aznar bastó para poner en caja al código deontológico. El título que salió, finalmente, fue: “Atentado de
De esta calaña son los periodistas que hoy mienten al decir que en la Argentina no hay libertad de expresión o que ésta corre peligro, o que el gobierno va a provocar “un muerto”, como vienen repicando en forma insistente para que, por fin, tal muerto resulte una profecía auto cumplida.
En esto marca rumbos Morales Solá, premiado, durante la dictadura, por Menéndez, el general que jefeaba el terrorismo de Estado en todo el norte del país, Tucumán y el Aconquija incluidos, a cuya sombra trabajaba Morales y al reparo de otras sombras tenebrosas.
Pero la imputación central, en este caso, no es esa. No hay falacia ad-hominem, permítasenos el ejercicio de prolepsis. El punto no es el pasado de Morales sino su presente: este hombre miente espontáneamente y sólo tras larga reflexión puede llegar a decir una verdad.
No hay libertad de expresión en
Eliaschev, escarches y algo más
Pues bien. Hay “terror de Estado” dice Eliaschev, que dice lo que quiere y cuando quiere por la televisión, medio que amplifica y con el cual llega lejos en la crítica cerril a un gobierno que respeta sus opiniones aunque no las comparta, para usar el trillado remoquete. Nada obsta, sin embargo, para anotar a “los K” en el catálogo de cualquier autoritarismo. Todavía no se les ha ocurrido llamarlos “el régimen”, qué raro. Quizás se hallen a la espera de que Kirchner pierda en 2011 para que empiecen a hablar de “el régimen depuesto” o de “la tercera tiranía”.
Los afiches sin firma no parecen provenir de un gobierno que sólo pérdidas obtiene del hecho. Se apela en esa pegatina a un lenguaje con tufillo entre “servicial” y ese otro que se trajina, día a día, como “toque de atención para la solución argentina de los problemas argentinos”, como reza el logo de Clarín. Ese “escrache” que tanto magnifican los que odian a este gobierno, no proviene del gobierno. Fue, más bien, una cáscara de banana que le tiraron a Cristina para que resbalara y se diera un porrazo. Hacen combo, así, con los aprestos de la “mesa de enlace” que, en realidad, le quiere enlazar las patas a este gobierno para hacerlo caer, que duda cabe, y amenazan, ahora, con “arruinarles” el Bicentenario, sacando los tractores a las rutas y tal vez a las calles de los pueblos de provincia. Se lo arruinarán a los argentinos, si ese fuera el caso.
En eso anda el periodismo “independiente” de este país, cuyo primer antecedente de censura previa se encuentra en el decreto del gobernador legal de Buenos Aires, Manuel Dorrego, quien ordenó clausurar todo pasquín que motejara a Rivadavia (su enemigo ideológico) de “sapo del diluvio”. En un país con antecedentes frondosos y contradictorios vivimos, y sería bueno que muchos periodistas de hoy supieran algo, se informaran un poco y huyeran de la medianía y de la incultura que los agobia.
Estudiar el pasado, verificar dónde estamos parados y auscultar el futuro, tales los ejes sensatos de un programa “deontológico” serio para los periodistas que tal vez lo son a medias y mal aunque crean serlo en plenitud y bien.
Hoy, si algún desbocado insultara a Kirchner o a Cristina Fernández éstos no podrían apelar ni al Código Penal, ya que ellos mismos, los autoritarios, se jugaron por y lograron la derogación del delito de injurias cometido por medio de la prensa.
Mientras tanto, Mónica Gutiérrez y Mauro Viale (los antecedentes de ambos en la noble profesión de informar no son idénticos, esto es claro; Gutiérrez ofrece, al ojo inquisidor de los buceadores del pasado, nada más que limpieza, honestidad y calidad y ningún baldón mancha su trayectoria), ellos, digo, critican “el juicio” en
Ningún periodista de inteligencia media puede ofuscarse al punto de no razonar lo elemental. Ninguna persona seria puede exigir que se coarte la libertad de expresión de una oenegé porque no está de acuerdo con el contenido del acto. Por mucho o por más que a este acto sus organizadores lo hayan querido llamar “juicio”. Obviously, my dear.
Las alarmas del Dr. Nelson Castro
Pero en el caso del Dr. Castro, cabe una digresión. Parece un hombre sincero aun cuando se equivoca.
Él cree que 6-7-8 no es periodismo -presumo- pues allí no se “describe objetivamente la realidad” ni se opina “con imparcialidad”, notas éstas –en el imaginario de Castro- distintivas de la areté periodística (“areté”, en griego, significa virtud o aptitud; y escribí areté por mera vocación lúdica, es decir, porque se me cantó así; si uno no juega cuando escribe, escribir resulta aburrido).
Se podría intentar la refutación de Castro con una pregunta retórica: ¿y quién es Castro para decir dónde hay periodismo y dónde no lo hay? Pero es una refutación falaz. No es buena. Porque se incurre, de ese modo, en el mismo vicio en que cae Castro: el autoritarismo. Porque la quintaesencia del autoritarismo es erigirse en juez cuando nadie le ha pedido que lo sea. Que le reclamen una opinión exige sólo una respuesta, no un juicio; pero si aquélla descalifica la labor profesional del colega hay allí una defección ética.
No obstante, el fondito de este pobre asuntillo es otro. Castro cree en lo que dice. Cree que periodismo es lo que le han enseñado que es. Ignora olímpicamente las relaciones entre periodismo y política (“política”, aquí, va en sentido aristotélico y se alude a ella con la funcionalidad que le atribuía Maquiavelo. Y esto pretende ser una nota de opinión y no una clase de ciencia política. Los libros no muerden). Castro es un hombre que ha dejado de leer tantos libros que si deja de leer uno más no caben en una cancha de básquet. Por eso es sincero cuando habla. Habla su ignorancia, su honestidad y su ingenuidad. Castro leyó el artículo 75.3 de
Castro impugna los escarches y los “juicios” populares en lugares abiertos y cree que en
Nos acechan las Benévolas
Los tumultos en la feria se atribuyen, como los murales de papel en las calles, al gobierno. Craso error en Castro. Redonda hijoputez en otros. Fue Moreno, fue, -clamó algún tinterillo-. Fue la barrabrava de Chicago –aseguraron otros-. Todos los escarches están mal, terció de nuevo Castro, también el que “el campo” le hizo a Rossi, el diputado “K”, de lo cual, hasta ese momento, nadie se había acordado. Tuvo razón Castro. Ese tipo de violencias no lleva a nada. Ni en la feria ni en la feraz campiña. O lleva al infierno, como el que viven un millón de niños del conurbano que fuman paco, de lo cual, por estos días, nadie se acuerda tampoco.
Lo real es que el gobierno no maneja por control remoto a cierto conjunto de sus partidarios, que ningún favor le hacen con estas irrupciones. Realpolitik, que le dicen.
Este gobierno no reprimió a nadie todavía, ni a izquierda ni a derecha. Y es seguro que no lo va a hacer. Sí controlaba, en cambio, la dupla De
La tiranía “K”, en tanto, trata de desendeudar al país de obligaciones que contrajeron sus antecesores en el gobierno. Y trata de hacerlo con dinero acumulado como reservas por la propia tiranía.
En su edición del 5 de mayo, Clarín encuentra que tal medida y la elección de Kirchner al tope de Unasur no son tan relevantes como las coimas con factura y recibo que el broker Palmat recibió de exportadores argentinos, que mandan hoy en el mercado de maquinaria agrícola en Venezuela.
Esto ocurre cuando el ajuste que propone la oposición sin rumbo muestra en Grecia el revival de una tragedia que los argentinos ya vivimos y a la cual no queremos volver. En cuanto a sus causas, ni Pichetto ni Rossi le han espetado en la cara a los legisladores de la oposición lo que tal vez hagan un día de estos: ¡Es el Fondo, estúpidos!
Creo, en fin, que, si la oposición (política y mediática) sigue chapoteando en sus propias miserias los argentinos corremos el riesgo de que, algún día, nos ocurra lo que a Max Aue en el libro de Robert Littell: que las benévolas nos alcancen para descargar su mitológica furia sobre nosotros. Y lo tendríamos merecido.