Agencia La Oreja Que Piensa. Argentina 2010. (Por Alejandro Jacobsen) (*)
Quizás estemos dando los primeros pasos por un camino nuevo, hacia un horizonte distinto y más rico. No tengo como asegurarlo, no hay demasiadas pruebas de ello, pero la esperanza aporta lo suyo y no puedo ser otra cosa que un modesto optimista.
Siguen dominando la escena comunicacional aquellos monstruos mediáticos que invierten en el pensamiento único, que apuestan a la concentración de las voces y a la rentabilidad de la comunicación entendida como una mercancía.
En la vereda de enfrente aparecen los que son presentados como minorías, aunque son un número ampliamente superior a los que están del otro lado de la calle. Los que piden a gritos un nuevo modelo de comunicación, un concepto donde se entienda a la comunicación como un bien de la sociedad y no como una mercancía.
Sin dudas, el declarado enfrentamiento entre el Gobierno y los grandes monopolios de medios ha desnudado una situación que quienes estábamos en los medios conocíamos, pero que la sociedad en general no tenía tan claro.
Hoy es más fácil entender la cosa, percibir la manipulación de una información y hasta sospechar de la malicia que puede mostrar el título de una nota periodística. Esto es sin duda un cambio importante, lo que se puede suponer como el comienzo de un nuevo camino que se ha empezado a recorrer.
Se puede coincidir en que esta apertura benefició a la sociedad, dado que ya no es presa de lo que los medios le quieren mostrar, sino que se anima a desconfiar, a buscar otras voces y hasta quizás investigar, en otros foros de información, para tener más argumentos a la hora de formar su opinión.
Pero ese pequeño avance aún es muy chiquito. Sucede que no aparece el debate, la discusión y la confrontación de ideas que tanto enriquece la cosa. Todo se ha planteado como en bandos, en equipos; y cada uno juega su partido.
Parece un partido entre vecinos, cada frentista se para en su vereda y defiende con uñas y dientes su camiseta, critica descaradamente y, a veces, sin argumentos al rival y así busca ganar la contienda.
En muchos casos, ambos vecindarios hacen lo mismo, y son muy pocos los ejemplos que puedan aparecer donde dos opiniones se sientan a la misma mesa y arrancan con un debate profundo, lleno de argumentos, ejemplos y hasta ideologías, para así arribar a ideas más elevadas, ricas y, hasta quizás, consenso en algunos conceptos.
El escritor y periodista Juan Sasturain dijo en un foro hace no mucho tiempo que juntarse entre los que opinan lo mismo y hablar de lo mucho que coinciden es como (y lo que sigue es una traducción libre del que suscribe) declararse amante de la autosatisfacción sexual con ayuda de la mano.
Y es una de las verdades más contundentes que he escuchado en los últimos tiempos. Sin el debate, todo se reduce a discursos repetitivos. El contraponer ideas es un ejercicio que nuestros medios de comunicación no practican.
Joaquín Morales Sola y Julio Cobos en la mesa del programa 6-7-8 haría muy interesante el debate de opiniones; y lo mismo ocurriría si se quitaran la ropa de víctimas que hoy gustan vestir los integrantes de A dos voces y se pusieran realmente a producir de manera inteligente un programa que busque poner sobre la mesa ideas políticas, conceptos económicos, ideologías y formas de entender lo social y lo cultural que le permita al pueblo formar su opinión.
Nuestros medios todavía no han llegado a la práctica del debate como modo de informar, como manera de mostrar las ideas, pero quizás no lo hagan porque no es así como entienden la función periodística y sea yo el que equivocó la manera de entender la cosa comunicacional.
Si es esto último lo que ocurre, les pide que me dejen abrazar a las palabras del viejo Dostoyevski en Crimen y Castigo: “Su artículo será inadmisible y fantástico; pero ¡respira tanta sinceridad!”.
(*)Periodista.