Agencia La Oreja Que Piensa. Por Sergio Ferrari.
Argentina acelera los procedimientos para que el Museo Sitio de Memoria ESMA – Ex Centro Clandestino de Detención, Tortura y Exterminio-, ubicado en la ciudad de Buenos Aires, sea declarado Patrimonio Mundial de la UNESCO.
Fue uno de los 600 centros clandestinos de detención y represión que funcionaron en la última dictadura (1976-1983).
Los promotores argumentan que esta propuesta es un aporte más, desde la historia latinoamericana, al capital de la memoria colectiva universal imprescindible para evitar, en el futuro, cualquier intento de repetición de las brutalidades que se vivieron en el país sudamericano.
En Argentina existe un consenso básico de toda la ciudadanía sobre el “nunca más”, aunque puedan existir sectores muy minoritarios que abogan por el negacionismo.
La lucha en mi país de más de 40 años a favor de la memoria, la verdad, la justicia y la reparación, merece que sea reconocida por la comunidad internacional”, enfatiza Alejandra Naftal, directora del Museo de la ESMA, museóloga de formación y ex detenida desaparecida por varios meses y luego liberada durante la dictadura.
La iniciativa promovida ante la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) se lanzó en 2015 y ha recorrido ya diversas etapas.
Durante este verano europeo entrará en la cuenta regresiva cuando la Secretaría de Derechos Humanos de Argentina, que coordina la propuesta, presente ante el organismo internacional el expediente técnico que sustenta la demanda.
De ser aceptada la propuesta, dicho Museo pasaría a integrar el grupo reducido de sitios que en el mundo encarnan los atroces sufrimientos del pasado y la dignidad de la resistencia individual o colectiva.
Junto con la Isla de Gorée, Senegal, y el Muelle de Valongo, en Río de Janeiro, Brasil, inicio y fin de la denominada “Ruta del Esclavo”. Junto, también, al Campo de Concentración Nazi de Auschwitz-Birkenau; del Memorial de la Paz de Hiroshima; de la sudafricana Robben Island, donde Nelson Mandela estuvo preso 18 de los 27 años de su reclusión; y del Puente Viejo de Mostar, en Bosnia Herzegovina, paradigma de la dramática guerra en la ex Yugoslavia, así como de la recuperación de tradiciones centenarias de coexistencia pacífica sobreviviendo al odio étnico.
Campo de concentración en pleno Buenos Aires
La Escuela de Mecánica, que pertenecía a la Armada – junto con el ejército y la aeronáutica, los tres brazos militares de la dictadura-- es un predio de 17 hectáreas en pleno centro de la Ciudad de Buenos Aires.
El Casino de Oficiales constituía uno de los 35 edificios del amplio complejo. Allí se albergaban y reunían en los tiempos libres los altos mandos de la ESMA. Y fue ahí, durante los años de la dictadura, donde instalaron uno de los centros clandestinos más grandes del país, por el que pasaron cerca de 5 mil personas detenidas desaparecidas.
En su mayoría, a la postre, asesinadas a través de los “vuelos de la muerte”, que las tiraban desde aviones al cercano Río de la Plata.
En 2004, recuerda Alejandra Naftal, los marinos debieron devolver el predio al Gobierno nacional y al municipal.
Entregaron el Casino de Oficiales casi destruido --para intentar borrar las huellas de la brutal represión--, lo que obligó a un arduo trabajo de reconstrucción.
“El objetivo fue crear el Museo Sitio de la Memoria que permitiera a los visitantes vivenciar, a través de una herramienta pedagógica, el efecto del Terrorismo de Estado a través del delito de la desaparición forzada de personas”, explica.
Lejos de la imagen común de un museo tradicional, con estatuas, cuadros, utensilios y objetivos materiales, el de la ESMA se reinventó con una nueva forma de presentar la historia.
“El Museo es el edificio y, sobre todo, el relato de algunas de las víctimas de ese infierno que lograron sobrevivir, con el apoyo de videos y fotos. Reproducimos sus declaraciones y narraciones ante la justicia”, subraya la directora de la institución.
Para llegar a ese concepto se requirió un proceso de intercambio y consultas de más de 3 años, entre el 2012 y el 2015.
“En ese periodo presentamos al menos 200 veces el proyecto, ante el mundo político, los actores de derechos humanos, sectores de la cultura. Contamos con un equipo interdisciplinario amplio y diverso que fue afinando la propuesta”.
Entrar hoy al Museo Sitio de la Memoria de la ESMA implica salir profundamente conmovido luego de recorrer los espacios donde estaban recluidas esa militancia juvenil; daban a luz las jóvenes madres secuestradas; los torturadores planificaban los vuelos de la muerte. Así como las salas especiales de tortura y el lugar para concentrar las ropas y artefactos robados durante los allanamientos.
O bien, donde los captores explotaban la mano de obra esclava de sus víctimas para hacer publicaciones de inteligencia, fabricar documentos falsos de identidad para los grupos operativos.
Así como las escaleras que conducían a los “traslados” sin retorno, es decir la muerte segura.
Nuestro propósito, reflexiona Alejandra Naftal, fue crear un espacio que fuera “cómodo para el incómodo, e incómodo para el cómodo”.
Es decir, que impactara y despertara la conciencia de los visitantes que no conocían la historia de la brutalidad represiva, especialmente los jóvenes que no vivieron directamente esa historia.
Y que sea, también, un lugar donde las personas directamente afectadas por los crímenes entonces cotidianos de lesa humanidad pudieran recordar y rendir su homenaje.
Si la UNESCO acepta la iniciativa, concluye Naftal, sería una forma más de compartir y universalizar todo ese arduo y novedoso esfuerzo para reconstruir la memoria colectiva, para llegar a la verdad de fondo y para juzgar ese genocidio que se dio en Argentina y que se expresó en tantos centros de tortura y detención.
Novedoso, insiste, porque integra dos componentes esenciales: la prueba de esa brutalidad represiva que dejó en solo siete años un saldo de 30 mil detenidos desaparecidos, más de 10 mil presos políticos y cientos de miles de exiliados internos o el exterior. Y, al mismo tiempo, el ejemplo de este profundo trabajo de memoria, verdad, justicia y reparación, sólidamente anclado en la sociedad argentina, resultado de un consenso muy amplio de respeto a la Justicia.
“Es impresionante comprobar que, desde el fin de la dictadura hasta ahora, nunca se dio ni un solo caso de justicia por mano propia de una víctima hacia alguno de sus victimarios”, concluye.