Agencia La Oreja Que Piensa. Argentina 2010. (Por Oscar Taffetani) (*)
La retrospectiva de Antonio Berni que acaba de inaugurarse en el Museo de Bellas Artes -dice su curador- “fue pensada como una catedral. Los diferentes sectores se acomodan como capillas laterales a un eje axial, que funciona como metafórico altar”. El eje aludido es la obra Pesadilla de los injustos, un díptico de 3x4 metros que el Estado compró a Lily Berni, hija del pintor, pagando el precio récord de $ 1.900.000. “Es un cuadro cuya metáfora no se pierde, en esta Argentina donde la injusticia nos sigue acompañado", declaró el secretario de Cultura Jorge Coscia, tal vez sin medir el alcance de sus palabras.
Junto a Pesadilla de los injustos se exhiben treinta obras destacadas de la producción de Berni, entre ellas los óleos sobre arpillera Desocupados, Chacareros, Manifestación y Medianoche en el mundo, correspondientes al período del Nuevo Realismo.
El curador de la muestra, Roberto Amigo, dijo a los medios que “casi toda la pintura de Berni se puede sostener en una clave de discusión con el peronismo" (con lo cual, quedaría afuera la entera producción de los años ‘30 y principios de los ‘40). También dijo el curador que el Juanito Laguna de los ’70, remontando un barrilete, representa el ascenso de la lucha política juvenil (“Podríamos hablar de unos Juanitos camporistas", arriesgó). Finalmente, aludiendo a una tela que quedó inconclusa a la muerte de Berni, y que muestra a una mujer tendida junto al mar, con un avión que vuela lejano, Amigo deslizó que “muchos ven en esa obra los vuelos de la muerte de la represión”.
Como vemos, las obras del maestro Berni están expuestas a distintas clases de tráfico: son robadas periódicamente; son rescatadas cada tanto; son apropiadas y recuperadas y vueltas a vender; son leídas de cierta manera en los ’80 y de otra en los ’90, y así. Pero invariablemente son escamoteadas a quien es su auténtico destinatario y heredero: el pueblo.
No obstante, sorteando las vallas habitualmente impuestas, ciertos adultos y ciertos niños (privilegiados) tienen la posibilidad de acercarse por sí mismos a algunas obras de Berni, para recibir directamente, sin intermediarios, lo que esas obras tienen para decirles.
Vida de un trabajador
El día que Deliso Antonio Berni vino al mundo -un 14 de marzo de 1905-, Rosario era un inquieto paisaje de barcos llegando y partiendo, inmigrantes con baúles a cuestas, conventillos, almacenes, fraguas, molinos harineros y quintas que se perdían en el dorado y verde de los campos.
Antonio fue el menor de tres hermanos, hijos de padre sastre y de madre costurera. “Soy de aquel tiempo -escribió una vez- en que se podía jugar a la pelota en la calle, porque sólo pasaban carros y mateos. Perdí a mi padre a los siete años; después, a un hermano; me quedé con una hermana y con mi madre, que falleció en el ’36”.
Su primer trabajo fue como aprendiz en una fábrica de vitrales, antes de cumplir 12 años. Fileteaba y arreglaba vidrios las horas que no estaba en la escuela. Y también aprendía dibujo, en una sociedad de socorros mutuos. A los 14 hizo su primera exposición en el Salón Mary de Rosario. A partir de allí, no paró de trabajar en lo que definitivamente le gustaba: la creación artística.
Militante comunista en los ’30, Berni se animó junto a Gambartes y otros artistas del Litoral a romper con el molde del naturalismo y el realismo socialista, para hacer una pintura mural que no necesitara paredes, un instrumento de denuncia y crítica social. De aquella época son sus chacareros y sus cosecheros, sus obreros en huelga y sus desocupados.
Debieron pasar tres décadas de viajes y de convivencia cotidiana junto a los nuevos desplazados, a los nuevos migrantes y los nuevos niños de las orillas, para que nacieran dos personajes que marcarían para siempre su pintura: Juanito Laguna y Ramona Montiel.
Otra mirada, la misma
El estigma de la pobreza marca para siempre a Juanito. Pero no pierde su inocencia. Ni su alegría. Ni sus ganas de cambiar la vida. Le lleva el almuerzo a su papá, que trabaja en la fábrica (porque alguna vez -créase o no- hubo fábricas). Y tiene vacaciones. Y tiene fiesta de Navidad. Y tiene el asombro, el renovado asombro por las cosas que pasan. “Juanito es un chico pobre -escribió Berni- pero no es un pobre chico. Tiene los ojos cargados de porvenir".
Desde las orillas -donde Juanito vive- viaja hasta el centro de la ciudad Ramona, la costurerita que dio el mal paso (“¡y qué tonta si no lo daba!”, nos susurra Yunque). Cuando Ramona aparece en escena, algo ya se ha quebrado en la Argentina, además del orden constitucional. Y entonces el purpurado corrupto dicta clases de moral. Y las señoras deshonestas predican la virtud. En el discepoliano cambalache, Ramona medra. Allí, en lo destituido, avanza.
De lo épico a lo lírico: ése es el pasaje nítido que hace Berni entre los ’30 y los ’60. De la protesta organizada a la sátira surrealista. El paradigma de Goya y de Picasso, dos maestros de la pintura, se cumple en el rosarino más que en cualquier otro artista del país. Trabajo con la forma. Trabajo con el lenguaje. Siempre trabajo. Y una mirada certera, insobornable, sobre la realidad social.
El cuadro Pesadilla de los injustos, hoy puesto en el “altar” del Museo de Bellas Artes, lleva un segundo título, más largo, de puño y letra de Berni: La conspiración del mundo de Juanito Laguna trastorna el sueño de los injustos.
¿Será así? ¿Podrá esa conspiración del arte y la belleza sobreponerse a la mediocridad, a la burocracia y la estupidez? ¿Prevalecerá sobre el sueño de los injustos? No hay palabras que puedan responder a esas preguntas.
“Finalmente -escribió Van Gogh en su última carta- por nosotros sólo pueden hablar nuestros cuadros”.
(*) Oscar Taffetani es integrante de la agencia Pelota de trapo.
www.pelotadetrapo.org.ar