“La unidad de nuestros pueblos no es simple quimera de los hombres sino inexorable decreto del destino”, Simón Bolívar.
Agencia La Oreja Que Piensa. Oct. 2012 por Alicia B. López f. (*)
Me detengo un momento y reflexiono acerca de la integración de Latinoamérica.
Lo hago desde mi lugar de argentina, de profesional del derecho y como defensora de los valores culturales que deben ser un eje en cada nación y un hilo conductor de ideales y de conexión con las otras naciones latinoamericanas.
Y al respecto recuerdo y cito una frase que fuera enviada para ser agregada en el libro Frases para la integración, por un ex presidente boliviano.
“No podrá lograrse una integración real entre las naciones de América Latina, sin un conocimiento profundo del otro, de su cultura y de su visión de mundo.
Romper los prejuicios entre naciones, comprender nuestra historia y acercar nuestras culturas, conocerse en suma, es un camino inescapable hacia la integración”
Y es una realidad que no se pasible de negación. Sin embargo, no son pocos los desencuentros entre los países latinoamericanos. Flota en el aire, la paradójica pregunta ¿Para qué integrarnos?
Pero la verdadera cuestión es que tenemos que tener a mano la respuesta ¿Por qué no integrarnos?
Somos pueblos a los que nos une la historia, la lengua, y sobre todo, una necesidad inminente: y es que para alcanzar un futuro, ya no más pleno, sólo un mañana, no lo vamos a lograr ni no lo enfrentamos juntos.
Una América latina integrada realmente, más allá del discurso y la retórica política, no es una idea que nace hoy para salvarnos de las garras del imperialismo y la a culturización.
Desde los primeros tiempos ha sido un sueño histórico, un sueño del pasado, que tiene cobijo en el corazón de muchos latinoamericanos.
Ha ocupado el sitial de los sueños de Bolívar.
Una América unida es la principal, sino la única llave para nuestro progreso y destino.
Las batallas ya no se desarrollan a campo traviesa. En el sigo XXI, los otrora europeos invasores, quienes eran nuestros enemigos se han convertido en otros enemigos, que infieren una suma infinita de heridas muy sutiles, que suceden en todos los terrenos, y en todo momento. Penetran, horadan, corrompen, destruyen…
Por eso es una obligación para las generaciones del siglo veintiuno, ejecutar planes de integración. Habrán y habremos de hacerlo dentro de un proceso social, también sutil pero de carácter irreversible. No pueden tener lugar las contramarchas.
El objetivo debe ser alcanzado y la constancia, el esfuerzo, la continuidad, son méritos que deben sustentar la batalla diaria de cada latinoamericano.
Sin lugar a dudas, cualquiera sea el proceso de integración que se intente, y los que están en proceso, dependen fundamentalmente de los esfuerzos internos de cada país, de los espacios que generen para establecer las reformas o acciones inmediatas en su derecho interno así como de la efectividad de sus políticas nacionales.
En otras palabras el proceso de integración avanza en la medida de lo que hacen los países y de la correlación de fuerzas políticas que se hallen comprometidas en una visión integracionista.
En un proceso de integración el pueblo, en cada país, ha de ser siempre el centro de atención de quienes gobiernan.
Afirmando ese pensamiento, Latinoamérica reclama:
-Que exista una identificación de sus necesidades inmediatas y que se garantice el desarrollo en todos los niveles, como una expresión real del respeto a la dignidad de cada pueblo.
- Una visión integral de los derechos humanos, garantizando la efectividad de los mismos, basados en un principio de universalidad, exigibilidad e interdependencia y progresividad. El avance hacia la excelencia en estos aspectos es un derecho y una obligación.
- Una identidad de costumbres, de tradiciones, de cultura. Significa que la integración debe fortalecerse primero dentro del país, con su propio bagaje idiosincráticoa para poder luego interrelacionarse con las otras naciones.
Esto implica conocer las costumbres de uno y de otro. Ello indudablemente nos conduce a zanjar todo acto de discriminación y prejuicios.
Del mismo modo que no se puede amar lo que no se conoce, tampoco ningún individuo puede respetar y conocer la cultura de otro país cuando ni siquiera conoce o se preocupa por la propia.
Una mirada por los países que conforman Latinoamérica no deja dudas acerca de los peligros que constantemente se ciernen sobre ellos.
Abundan los falsos predicadores, los sicarios del hambre y la ignorancia, los que destruyen la posibilidad de un cambio sin siquiera tener un solo proyecto que no sea el de favorecerse a si mismo.
Quizás vale decir que una progresión social hacia una verdadera integración tiene que incluir el respeto innegociable por el pasado. Y el pasado de una tierra está transferido al presente por los pueblos originarios de cada nación.
Argentina padece una angustiante propensión hacia la aniquilación de esos pueblos. La integración no es sinónimo de dádiva.
Es la formación de un proyecto inclusivo, desde el espacio que cada uno ocupa dentro del espectro de esa nación. No es amontonar personas .
Es aunar esfuerzos e ideales. Todos dirigidos hacia un punto desde diferentes lugares.
Nuestra historia, la de los latinoamericanos, contiene la obra de distintos espíritus soberanos, nacionalistas e integracionistas en cada nación Latinoamericana.
¿Por qué no expandir ese espíritu hacia toda esta nuestra tierra? ¿Ésta nuestra Latinoamérica? ¿Esta tierra que una vez fue llamada Nuevo Mundo, bautizada como el mismo Edén terrenal?
Es cierto que desde siempre América ha sido símbolo de diversidad, por sus climas, paisajes, relieves, costumbres, razas, modus vivendi, etc.
Pero más allá de todas estas diferencias, existen unidad de idioma, y las corrientes migratorias con movilidad de los habitantes de los países más pobres hacia los menos pobres, genera una integración desprolija pero real.
Esta reflexión aparece hoy porque ha tenido como disparador, la elección que se está realizando en Venezuela.
El enfrentamiento de dos posiciones que van más allá del antagonismo ideológico. Es una contrapropuesta no integracionista.
Quizás para el avance hacia la integración, debamos luchar para que los políticos de los países incluso, entiendan que no deben perpetuarse en el poder, que deben realizar docencia para que sus discípulos continúen y mejoren sus obras.
Que los hombres pasan y quedan sus ideales y sus realizaciones.
Que deben sanear la sociedad para que ella genere y devuelva los políticos que se merecen.
Pero hoy la realidad indica que no obstante esta tendencia tan de nosotros los latinoamericanos, es menester sostener a aquellos mandatarios que, más allá de sus falencias, pueden dejar huella en la lucha por la hermandad, la honestidad, el respeto, la integridad, la solidaridad y el apoyo mutuo
Podemos estar o no de acuerdo con el perfil de un gobernante. Lo que no debemos es desconocer lo que sucede en ese pueblo gobernado.
El conocimiento es fundamental. El saber nos hace libres para elegir por nosotros mismos, sin escuchar los cantos de las falsas sirenas.
Cuando uno se pregunta si se puede mejorar esa integración estimulando la formación de una unidad donde se pueda compartir el comercio, y la cultura en el marco de una América unida por la fraternidad y la paz.
Por el respeto hacia la cultura del otro. Podemos tener un futuro promisorio si se logra potenciar las individualidades y singularidades de cada pais dentro de un ámbito común.
Y además es bueno decir que el día que no hablemos de integración, estaremos todos integrados.
Para terminar, no puedo menos que mencionar el nombre de algunos de los hombres que pusieron sus vidas a disposición de la integración y la libertad de América Latina: General San Martín, General Simón Bolívar, General José Artigas, General Bernardo O’Higgins, Augusto César Sandino, Salvador Allende, Ernesto Guevara Linch, José Martí y son sólo algunos.
Y ojalá Venezuela elija con el corazón mirando a sus naciones hermanas.-
(*)Periodista y abogada. Alicia