La Biblioteca Autónoma de Periodismo (BAP) fue creada por estudiantes de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora y comenzó a funcionar oficialmente en 1980. Pese a que por los ribetes del fin de la dictadura finalmente la sede desapareció, su historia quedará grabada siempre en la memoria de quienes participaron e impulsaron aquel pilar de firmeza cultural y artística que le hizo frente al último golpe de Estado argentino.
La quema de libros ha sido una práctica común a casi todos los regímenes dictatoriales y autoritarios a lo largo de la historia. Durante el último golpe de Estado que asoló a la Argentina entre 1976 y 1983, el represor Luciano Benjamín Menéndez lo explicó: “Esto es para que con este material no se siga engañando a nuestros hijos”. Sin embargo, en esa misma época, un grupo de jóvenes estudiantes de periodismo de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora (UNLZ) no creyó semejante cosa. Por eso fundó la Biblioteca Autónoma de Periodistas (BAP) e hizo exactamente lo contrario: salvó una gran cantidad de bibliografía propia de su carrera que estaba prohibida por el gobierno de facto. El objetivo inicial era simplemente aprender las cosas que la facultad de esos años turbios no enseñaba. Pero con el correr del tiempo esa sede se expandió hasta ser un vital centro de estudios y, sobre todo, un lugar de resistencia cultural.
Juntar libros para leerlos y acceder así a una educación que le era negada, realizar exposiciones, llevar a cabo grandes festivales de música para financiarse, pese a la estricta vigilancia de las fuerzas represivas; todo esto hizo de la BAP un verdadero pilar de firmeza cultural y artística frente a la dictadura militar. A pesar de los allanamientos y las intimidaciones que sufrieron sus miembros en la casa de Adrogué donde funcionaba la biblioteca, los jóvenes mantuvieron en pie la organización hasta el regreso de la democracia. La astucia con la que eludieron los operativos policiales y la decisión de hacer pública la existencia de este lugar representó un escupitajo certero en el ojo del gobierno de facto.
Tanto es así que su sede, ubicada en la calle Nother 1115, se convirtió rápidamente en un lugar al que los estudiantes ávidos de un conocimiento que les era negado se acercaron a leer libros como Las venas abiertas de América Latina, de Eduardo Galeano, Para leer al Pato Donald, de Ariel Dorfman y Armand Mattelart, así como también algunas obras del poeta Juan Gelman y pequeños textos de Ignacio Ramonet. Allí, además, se realizaron talleres de periodismo con la ayuda de profesores y periodistas consagrados, como Osvaldo Ardizzone, de la revista Goles Match, una de las pocas publicaciones que lograba eludir la censura. Y también se desarrollaron una cantidad importante de exposiciones de números uno de distintas publicaciones argentinas. “Un evento que mostraba la actitud y la política sobre la comunicación que los estudiantes defendían”, remarcó Daniel Das Neves, uno de los miembros fundadores de aquella biblioteca.
Además del actual secretario general de la Unión de Trabajadores de Prensa de Buenos Aires (Utpba), entre los precursores de la BAP se encontraban la actual directora del Observatorio de medios de la Argentina, Lidia Fagale; el secretario de prensa de UTPBA y La Red de Redes , Héctor Sosa; los periodistas Ana Villareal, Daniel Miguez, Jorge Benedetti, Horacio Pellman; el editor general de la agencia NA Fernando Aguinaga.
La periodista de Télam Liliana Valle, Gabriela Sharpe, actualmente la directora de www.buenosairessos.com.ar; el productor y escritor, Daniel Dátola; la ex diputada provincial Susana Amaro; Graciela del Percio (Publicista), Cistian Mira, periodista de La Nación, el secretario de Comunicación de la Facultad de Ciencias Sociales de la UNLZ, Rubén Canela; los fallecidos compañeros Hugo Di Pacce y Cristina Basanta, junto al excelente fotoperiodista, "Pollo Farré". Ellos fueron quienes el 13 de mayo de 1980 inauguraron oficialmente ese centro de resistencia en el sur del Gran Buenos Aires.
Debido a que gran parte del material con el que contaba la biblioteca estaba prohibido, los miembros de la BAP se vieron obligados colocar en sus estanterías libros que tenían muy poco que ver con la verdadera actividad de la biblioteca, pero que funcionaban como “cortina de humo”, como el caso de Platero y yo, del escritor español Juan Ramón Giménez. Artilugios como estos les permitieron tomar la decisión de hacer pública la existencia de la entidad. En diálogo con Agencia NAN, Sosa explicó: “Para 1979, el trabajo más sucio de la dictadura ya estaba hecho, aunque todavía pasaban cosas. Por eso creíamos que si hacíamos saber que existía la BAP, hacer algo contra nosotros hubiera hecho mucho ruido”.
No obstante, esta decisión también les acarreó problemas. Es que, según recordó Das Neves, los jóvenes siempre supieron que eran vigilados porque “había un coche permanentemente puesto en la puerta por la municipalidad de la zona”. Además, fueron víctimas de varios allanamientos, obstáculos que siempre pudieron sortear gracias a la ayuda de algunos informantes que tenían en la intendencia de Almirante Brown. En uno de estos episodios, un policía encontró un ejemplar de La cuba electrolítica. “Estos libros están prohibidos”, advirtió el oficial que ignoraba por completo que se trataba de un manual de física-química. Los estudiantes le explicaron esto y el policía les creyó, pero la situación fue tensa.
A pesar de las intimidaciones para muchos miembros de la BAP, como a Liliana Valle, esa casa de Adrogué funcionó como un refugio en tiempos en que el terror todavía dominaba las calles y los pasillos de la Facultad de Sociales. “La biblioteca nos sirvió para juntarnos en un momento de mucho miedo”, relató Valle. En la misma línea, Lidia Fagale contó que “la BAP funcionaba como un ámbito de sociabilidad en medio de una universidad que hacía espionaje contra estudiantes y profesores que bajaban línea para justificar el modelo económico de la dictadura”.
Con esa actitud, la BAP encaró una forma de financiamiento poco convencional para la época: las peñas. Estos grandes y concurridos festivales con bandas en vivo llegaron a reunir a más de dos mil personas en el Club Temperley. Por allí pasaron artistas como el Cuarteto Zupay, precursores de la denominada “música popular argentina”; la murga uruguaya Falta y Resto y grupos autóctonos del Conurbano. Sin embargo, los miembros de la BAP eran osados pero no estúpidos. Estos eventos siempre contaban con presencia policial y los jóvenes sabían, por lo tanto, que no podían pasarse de la raya. De todas maneras, una de las chicas que formaba parte del grupo tenía como misión en cada evento distraer a la guardia policial. La señorita es recordada por sus compañeros como una chica “muy esbelta y muy seria”. Su objetivo en los festivales era servirle vino sin parar al comisario de local para que se emborrachara o se descompusiera y al otro día no recordase nada. Un método tan poco ortodoxo como efectivo.
Cuando el regreso de la democracia ya era afortunadamente inevitable, la BAP comenzó a debatir su continuidad. En 1983, los padres de la criatura votaron a favor de trasladarla a la sede de la Utpba, pero las dificultades de digitalizar todo el material de archivo la condenaron a desaparecer físicamente. Sin embargo, como está a la vista, la biblioteca sobrevivió en la memoria de sus integrantes y en las múltiples anécdotas que quedaron flotando en los pasillos de la Facultad de Ciencias Sociales o de algunos medios de comunicación. Otro retazo del período más turbio de la historia argentina. Otra huella de resistencia.
(*) Nota publicada por la agencia NAN http://agencianan.blogspot.com/