Agencia La Oreja Que Piensa. Por Carol Calcagno (*)
La mente busca tener control, manejarse por terrenos conocidos y actuar por asociación. Así nos entrenaron para las grandes ciudades, pero todos los lugares no son iguales. Ni siempre las cosas funcionan a través del entendimiento. O por el discernimiento que nos da la razón.
Llevó unos días decidirme en hacer mi primera toma de ayahuasca. Desde hace siete años que venía leyendo sobre esta hierba medicinal. Pero hay veces que el conocimiento teórico necesita experimentarse y probar qué tan practico es. Y justo el tercer sábado de mayo, se brindaba un encuentro milenario con la sabiduría ancestral. Y era oportuno conocer a la tan nombrada ayahuasca. Ante la convocatoria, lo primero que sentí fue curiosidad, luego dudas, después miedo y dudas desencadenadas de las dudas iniciales. Concreta indecisión. Después de un par de días, me arriesgué por el sí. Barajé con el razonamiento hasta encontrar a dos amigos. Verlos me ayudó a recobrar confianza en lo que venía afirmando mi voz interior. Ellos ya habían vivenciado su primera toma. Mientras llegaban otras personas, la espera se tornaba tranquila. Disfrutaba de la noche que vislumbraba las primeras estrellas; luego de una intensa lluvia que había mojado la tierra. La tierra del descampado donde pasaríamos las horas siguientes. Más tarde, entendí que fue perfecto caminar en el barro enfrentando la oscuridad. Y vivenciar la humedad de aquella selva amazónica que no solo regaló su planta madre, sino la enorme bendición, esa misma que al amanecer terminó empoderándonos…
Ya estábamos todos. Comenzó el viaje físico. El lugar de la ceremonia tenía árboles de troncos muy finos y altos. Sus copas se unían en el cielo. Entre las raíces había velas encendidas. Y atrás un gran fogón que horas más tarde, coronaríamos. Sagradamente. Nos indicaron cómo organizarnos. La luna, paciente, nos aguardaba. Primero había que armas las hamacas paraguayas y las bolsas de dormir. Las mujeres por aquí. Los hombres por allá. Había baños ecológicos, también separados. Los asistentes estarían al cuidado. Y a la necesidad que cada uno tuviese. Eso sí el viaje sería personal. Por ende, si se necesitaba ayuda, claramente, había que pedirla. Sino nadie interferiría en la sanación individual. Y así fue. Respetuoso.
El fuego unía. Poco a poco fuimos atraídos por él, dando espacio a un ritual que duraría hasta el amanecer. Y más también. Entre la oscuridad y los matízales había una mesa redonda con los elementos. Eran los preparados del yagé. La ayahuasca también es llamada yagé. Varía el nombre de acuerdo a la región. Y la palabra taita significa abuelo en guaraní. Y justamente, El Taita es quien lleva adelante la curación, reconocido también como médico tradicional.
Con la mínima luz de las velas destaparon los frascos, había unas cucharas en fila sobre la mesa, y los canticos se intercalaban con el aire, vibrando como mantras. Esos cantos son conocidos como ìcaros o canciones de poder que cada chamán, orientado por sus dioses, expresa en cada encuentro. De ese modo acompañan a cargar energéticamente los objetos y las medicinas utilizadas para sanar. Tenían collares de caracoles blancos y colmillos grandes. En el pecho, un tejido muy delicado hecho con mostacillas de colores, ilustraba la cara de un tigre o un leopardo, es decir, un animal de poder. Observarlo generaba respeto y valentía. Aparte El Taita tenía un gorro alto con tres plumas coloridas y largas, parecía la cabeza de un pájaro grande.
Se armó una fila, pasaron los hombres. Detrás las mujeres. El yagé es amargo. Tiene la textura y el color del membrillo. Ya frente al Taita, me miró a los ojos y al darme mi poción, dijo bajito: ¡Buena pinta! Al lado estaba el aprendiz que tendió un vaso grande de agua que tomé con necesidad. El sabor se mantuvo un rato largo en el paladar. Me quedé pensando por qué dijo pinta. Lo asocié con la cerveza, pero no. Al día siguiente, me explicaron que la pinta es aquello que uno ve. Aquello que uno guarda en los planos internos del inconsciente. Son los pensamientos que giran sin rumbos como preguntas y respuestas. O preguntas. O respuestas. Justamente ahí está el punto, en parar y que esas estimaciones del inframundo fluyan hacia la luz. Expulsados sin filtros hasta purgar el cerebro. Y convertirlo en una flor naciente bajo la pureza del sol. Y atravesar las murallas del miedo. Y aliviar el cuerpo entero.
La planta madre conmigo ha sido muy amorosa. Lo primero que visualicé después de 40 minutos, más o menos, fue un pez de pestañas muy largas color celeste. Reía. Y movía sus ojos. Parecía una señora pez. Al costado de las aletas caían estrellas azules como si fuesen serpentinas. Al segundo, aparecieron insectos. Sí, eran hormigas y cascarudos que trabajaban la tierra húmeda. Caminaban entre las hojas en forma desordenada. Si abría los ojos, veía guardianes de abrigos largos y oscuros. De repente, me deslumbré al observar una vaca negra que paseaba orondamente entre la gente. Minutos más tarde, contemplé el crecimiento de las plantas. Desde que caían las semillas hasta convertirse en árboles frondosos. Dudaba si era realidad o imaginación, porque todo esto lo estaba viendo. La mente empieza a jugar, ingresa como en un estado dual. Lo oculto tarda en soltarse. Intenta preservarse con disimulo en los sótanos de la psiquis, que ni sabemos qué existen. Así sean fantasmas o monstruos de mil cabezas, hay que quitarlos y largarlos a la nada. Es fundamental limpiar lo que nos corona. Me explicaron, también, que debía hacer hincapié en la respiración. Inhalar profundo. Exhalar profundo. No anclar con ningún pensamiento. Fluir. Curar. Purgar. Vaciar la vasija, como bien decía Jiddu Krishnamurti.
En cuanto al cuerpo lo viví fuerte. Vomité tres veces. La primera me incliné de cuclillas entre los árboles y veía que la carita de un duende, abría los ojitos mientras escuchaba mis arcadas. Al levantar la cabeza un patito blanco, entre el pasto, tieso me miraba. Y el estómago giraba, como si me estuviesen centrifugando las tripas. Al caminar todo parecía moverse, producto de un mareo suave y constante. Pero hay algo que no se pierde y es la consciencia. La consciencia sabe dónde está, no olvida el lugar físico, ni las personas que andan cerca, ni el por qué llegó ahí. Hay una continuidad con el afuera, solo que los pensamientos viajan entre las estrellas, el fuego, la tierra, iluminados por la luna, en un tiempo que no es el tiempo que palpamos con las agujas del reloj. Es que el cerebro interactúa en distintos planos, se entremezclan los visuales y los reales con los no reales.
Se tornaba asombroso observar el fuego. Los troncos encendidos, de la nada, tomaron forma. Vi dos caras, enfrentadas, que se gritaban con fuerza convertidas más tarde en cenizas. Un pez con la boca abierta. Una víbora indefensa entre las llamas. Me preocupé unos minutos hasta que entendí que solo era lo que la mente dibujaba. Desaparecería pronto. Reconozco que me costaba un poco soltar la materia y traspasar las puertas de la percepción. La resistencia empeoraría la reacción, recordé que me dijeron. Hay que dejar que el cuerpo material y el cuerpo espiritual se manifiesten. Y sí, ese era el propósito del viaje.
La ayahuasca abre sentidos que al amanecer deben cerrarse. Una nueva ceremonia se encargaría de eso. Nos sentamos, nuevamente, las mujeres de un lado y los hombres del otro, en círculo alrededor del fuego. El frío seguía, pero no era tan presencial. El Taita y el aprendiz entonaron sus ícaros acompañados del sonido de las armónicas daban inicio al sagrado ritual de la madrugada. El organismo ya estaba depurado y en calma. Luego de esa profunda limpieza vendría la bendición. La vida entera se vería de otra manera. La naturaleza brillaría. E incluso parecía escucharse el sonido que emitían las flores al ser tocadas por el viento. Los colores, las formas, las texturas…todo nace. Todo renace. Todo renació.
La sabiduría ancestral está bajando de las montañas hasta las urbes para recuperar lo genuino; la conexión armoniosa con la tierra y las otras especies; valorar el sentido de cada ser vivo; recuperar la calma y la serenidad; buscar un mejor vivir; y sobre todo, comunicarnos desde el amor.
Si tenés la oportunidad… no dudes. Déjate sanar. Recobra tu libertad física, mental, espiritual, energética y astral. Solo con una copita de yagé, transmite el mensaje de la Madre Tierra, que más de un oído aclama escuchar.-
(*) Escritora y Periodista.