Agencia La Oreja Que Piensa. Argentina 2010. Por Juan Carlos Camaño (*)
Silvio Rodríguez lo hizo más que bien, claro no fue el único. Pero Silvio se detuvo en los gestos, en el dedo índice y el pulgar sosteniendo la barbilla del que piensa: como en aquellas largas y edificantes jornadas de 1985, en el Palacio de las Convenciones, de La Habana, cuando comandara la lucha contra el pago de la deuda externa. Fidel, pensante, pensando. Con estatura de sabio, estadista y estratega. Pensante, explicando en detalles cómo de tanto jugar con fuego el capitalismo-imperialismo acabará quemando la tierra –con todos nosotros adentro- si no se actúa en consecuencia con lo que se dice, y con políticas de Estado, para impedir que aquella “locura” a lo Nerón en Roma, se nos imponga desastre globalizado, ahora en 3D. Y, mañana, vaya a saberse, en una dimensión ya elaborada en la probeta del Pentágono y, como mínimo, sospechada tal cual en el cerebro de Fidel, donde conviven, entre tantas virtudes y des- virtudes, el talento y la concentración en un punto esencial: nada de poca cosa cuando se decide entregar la vida por un mundo mejor. Un motor arrasador, que sabe qué quiere y cómo caminar hacia ese objetivo. Ninguna poca cosa.
¿De qué habla Fidel cuando habla de la preparada y decidida invasión a Irán?
Dijera Haruki Murakami en su libro “De qué hablo cuando hablo de correr” que “si me preguntaran cuál es después del talento, la siguiente cualidad que necesita un novelista, contestaría sin dudarlo que la capacidad de concentración…”
Karl Marx, obsesivamente, sabía recrear cuando marchaba tras la presa en sus persecuciones científicas, aquello de: “Toda la concentración en un punto”.
Cuidado, entonces, un estratega tomándose la barbilla, con la mente en “llamas”, el “olfato” infinito y la paciencia armada en la lucha de ideas, no debe ser confundido con un hombre que apenas se viste de verde olivo para enviar un mensaje puntual. Ese hombre no debe ser blanco de una interpretación reduccionista, por más que hasta los deseos y ansiedades de quienes lo admiran necesiten saber qué ocurrirá mañana a tal hora, como si la dinámica y la dialéctica de las confrontaciones fueran caminos de una sola mano y de concreciones definitivas.
No habla Fidel sobre lo que puede caerle encima a Irán tan sólo por el cúmulo de información de primera mano que pasa cada día por el doble o el triple tamiz de sus lecturas. Sería subestimarlo. Aquella tarea de engullir información y desclasificarla para reconocer cómo funcionan las lógicas de determinadas coordenadas de los servicios de inteligencia, responde a técnicas, a métodos de “inteligencia”, a prácticas de sabuesos y hasta puede –por distintos avatares de una confrontación- al aterrizaje fortuito de un dato clave en la pista cerebral de un esmerado agente que, por qué no, espera tener su día de suerte.
Fidel no es nada de todo eso, porque antes es quien reescribe “la novela” de la historia, con todo su talento. Al mismo tiempo que es quien pone toda su concentración en un punto. Y de ambas cosas, de “la novela” de la historia y del “punto” en el cual concentrarse, se reescribe el mundo antes de que Fidel naciera. Digámoslo nuevamente: “la historia no comienza cuando uno llega”. Aunque, sin pretender contradecir a Marx acerca del hombre y las circunstancias, convengamos que Fidel –no él solo, por cierto, incluso alumno prodigioso de Martí- sacude la historia de Cuba y trasciende las fronteras de la Isla, con el pensamiento –las ideas- y una práctica revolucionaria que hasta hoy mismo no remite apenas a un cotejo teórico entre intelectuales.
La Revolución Cubana ha gestionado y gestiona, con errores y defectos, con programas integrales económicos, sociales y políticos, rectificándose cuando lo ha entendido necesario y justo. Ratificándose y rectificándose frente a un capitalismo cuya única rectificación en toda su existencia ha consistido en tirar a la basura, cuando así se lo exige la caída de la tasa de ganancia, todo programa integral que pretenda una lejana posibilidad de poner en discusión real y concreta una justa distribución de la riqueza, el respeto más elemental por cada uno de los seres humanos.
Cada vez que las resistencias populares y los intelectuales orgánicos –dentro de ellas- lo intentaron –y lo intentan, inclaudicables-, “los privilegiados” de la tierra optaron –igual que hoy-, por masacrar a “los condenados de la tierra”, como definiera a explotados, vejados y exterminados, Franz Fanon.
El acierto de Silvio, fotógrafo y cantautor, fue –suponemos- no dejar de disparar ni un segundo, porque en cualquier instante el gesto acompañará a esa palabra que sintetizará una serie de riesgos y de tácticas para anticiparse y enfrentarlos. Al cabo, Fidel ha vivido haciendo el ejercicio de llegar antes donde siempre pasa algo. No hablamos precisamente de menudencias, aunque su delicada atención por la vida del próximo nos lo ha revelado, mucho más de una vez, paciente, observador y refinado anfitrión. En el arte de luchar y de vivir, o si se prefiere: de vivir y de luchar, Fidel siempre ha pensado en “el otro”, como un ser humano. Eso escapa a la lógica de los exterminadores del planeta y a sus agentes.
Los detractores ideológicos de Fidel –y los otros, los imbéciles que repiten como loros leyendas tenebrosas y cuentos de brujas come niños capitalistas- puede que cavilen: ¿Por qué de verde olivo? ¿Cuál es el mensaje cifrado? ¿El explícito?
Con un estratega nunca se sabe. ¿Y por qué dos o tres días después de vestirse de verde olivo se aparece con una camisa a cuadros, en un riquísimo intercambio de conocimientos con decenas de jóvenes que sin dejar de vivir a su aire –como dirían los españoles- se empeñan en no ser unos futuros descerebrados, víctimas de una tecnología que empuja la vida a puro vértigo, desmereciendo, estúpidamente, a estrategas que, como Fidel, siguen empeñados en demostrar, con rigurosidad histórica, que no está dicha la última palabra.
El principal mensaje que Fidel acaba de dar –y para colmo vestido de verde olivo- es que está vivo, lúcido y dispuesto a colaborar con su pueblo en momentos difíciles, sin olvidarse de las palabras de Martí: “Patria es humanidad”. Por lo cual, entre otras cuestiones, no pierde de vista a Irán, como parte de la humanidad a la que la barbarie imperial necesita atacar, cuanto antes. Las luchas por el Asia Central –inmensos recursos energéticos a explotar- exigen a las bestias no perder un minuto para satisfacer el único fin del sistema capitalista: salvar al capital y a un puñado de depredadores. La reciclada injusticia.
Y entonces, llegó Fidel. (*) Presidente de la Federación Latinoamericana de Periodistas (FELAP).