Agencia La Oreja Que Piensa. Argentina 2010.
Llevo cinco años en La Rioja y ha pasado mucha agua bajo los puentes. En estos momentos estoy acusado de ser un obispo rojo, marxista, de extrema izquierda. De llevar a la Iglesia —concretamente a la diócesis de La Rioja— por caminos tortuosos y no por los verdaderos caminos de la fe cristiana, del Evangelio.
Se me acusa de meter ideas, traer gente y armar organizaciones de tipo subversivo, so pretexto de la vida pastoral.
Trato de comprender a quienes, en este momento de tanta intransigencia, actúan así. Creo que la inmensa mayoría de ellos, por desconocimiento de su propia fe, desconocen la naturaleza de la Iglesia y la profundidad de los problemas que vive la comunidad riojana. Ignoran el contexto nacional, latinoamericano y mundial en que estamos viviendo. En el fondo, es el rechazo al cambio que se está operando en el mundo.
El Concilio dice en su documento "Gozo y Esperanza": "El cambio es profundo, es universal y es acelerado". Y dice también que ese cambio nos toca a todos.
Vemos mutaciones en el orden económico, social, político, cultural y hasta en los aspectos religiosos. No cambiamos en la plana de Dios; los cambios se notan en aquellas cosas que hemos hecho los hombres. Y el análisis de ese cambio demuestra que vivimos en el mundo un gran desequilibrio de todo tipo.
El Concilio dice que la razón de ese desequilibrio hay que buscarla en las causas profundas y que ellas se encuentran en el corazón del hombre, que está desequilibrado.
Para que no se produzcan los cambios están los intereses de por medio. Donde se juegan los grandes intereses egoístas y rastreros, se juega el todo por el todo. Y tratan de eliminar todo lo que se les pone en su camino, para que no se logren los cambios que deberían llevarse a cabo. No cambios alocados; los verdaderos cambios que es urgente que se lleven a cabo.
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Si la Iglesia quiere ser fiel al Evangelio, al Concilio Ecuménico Vaticano Segundo, a Medellín, a San Miguel hay que jugarse hasta las últimas consecuencias. Y Cristo nos da el ejemplo. No creo que el camino de él ha sido un camino de rosas. A él lo matan en nombre del orden establecido y de una tradición mal entendida.
Fácilmente se dice: la Iglesia tiene que reducirse a lo que ella es. Metida en el templo, celebrando ceremonias pero no metida en la vida. Es el mismo principio de la moral individual: yo en mi fuero interno creo en Dios, pero afuera no importa si este marido es infiel a su mujer o viceversa; no importa si vengo aquí a golpearme el pecho delante de Dios y voy allá, hago el gran negocio y dejo muertos de hambre a veinte o treinta hermanos míos.
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Yo me siento feliz de vivir en la época en que vivo. Me parece importante vivir en esta época de cambios profundos, acelerados y universales.
Me siento igual que todos, débil como todos y al mismo tiempo me siento solidario con todos los hombres. Porque se nos ha dado en este momento histórico la posibilidad de construir algo nuevo.
Nosotros no podemos y no debemos discutir si al nuevo edificio lo vamos a pintar de verde o amarillo. A nosotros se nos ha llamado simplemente a echar piedra y cemento en unos cimientos de algo nuevo y no debemos tener siquiera la ambición de ver el edificio terminado. Y depende de los cimientos el edificio que se construirá para las generaciones futuras.
Me siento feliz en este momento lleno de esperanzas, siendo consciente de la tensión en que vivimos, de la dramática situación en que vivimos. Pero echando a la balanza lo negativo y lo positivo, supera el platillo de lo positivo.
Si la Iglesia quiere seguir siendo fiel debe seguir siendo pueblo. Y la respuesta del pueblo riojano es ésta: el pueblo se hace Iglesia, aquí en la ciudad y en la provincia.
(*) Fragmento de los textos recogidos por Sergio Barbieri y publicado en la revista Crisis número 13, mayo de 1974